domingo 28 de abril de 2024 - Edición Nº1971

Opinión | 17 sep 2020

Divino Buenos Aires


A lo largo de la historia de nuestro país, Buenos Aires ha ocupado un sitial irreductible. Hasta diría desproporcionado, si tenemos en cuenta que a principios del siglo XVIII, un puñado de manzanas ya se había constituido como un sol en el que alrededor orbitaban los espacios de una extensa Nación. Hace un tiempo atrás, en oportunidad de los festejos del 9 de julio, hice referencia a que la Declaración de la Independencia, se completaba con un acta secreta, firmada un par de meses después, que simplemente agrega al texto que reza  “liberación de España” el de “cualquier otra potencia extranjera”. Y ello no era simplemente una cita de ocasión, era la garantía para que no prosperara los intentos de llevar a nuestro país a ser un protectorado inglés o francés, impulsado por los representantes de Buenos Aires.


Lo extraño es que gran parte de los que leyeron mi nota no conocían este antecedente. Y ello necesariamente nos conduce a pensar por qué situaciones de esta naturaleza (que abundan en demasía) se mantienen sigilosamente en los anaqueles documentales. No se enseña en las escuelas ni tampoco es un tema de discusión en los ámbitos académicos. Simplemente se lo deja a un costado porque en sí mismo es un hecho incomodante. Más incomodante resultan los motivos de las fallidas iniciativas que era la vinculación comercial del comercio del puerto con la potencia francesa, y los intereses agropecuarios con el imperialismo inglés. No está de más referenciar que, en ese entonces, Buenos Aires tenía menos habitantes que la ciudad de Ushuaia y que el extenso interior sobrepasaba 15 millones de personas.


Cuántas veces hemos visto las caravanas de productores del interior ir  a Buenos Aires pidiendo un precio justo de sus productos. Por ejemplo, un litro de leche que lleva el tambero al pie de la tranquera para que lo retire el camión de algunas de las pocas empresas que procesan la materia prima que lo pone luego en  la góndola, cuesta menos del 15 por ciento del producto final. O que un kilo de uva a granel para hacer vino o para mesa, cueste menos de 10 pesos. Entonces la pregunta surge con naturalidad. ¿Dónde están las deformaciones intrínsecas que hacen que los que producen ganen poco y el resto de la cadena gane tanto?.
Algunos justificarán en el costo del transporte, o en lo costoso del proceso de transformación. Pero ello no es asi. Una embasadora que mete un tomate adentro de una lata, no es el resultado de ninguna complejidad teconologica. 


Los costos reales están en otra parte. Además del continente especulativo, está el costo financiero y el proceso de concentración, para posterior distribución. Gran parte de estos costos son virtuales, con escasos agregados materiales. Pero tienen un peso cuyo resultado es simplemente una injusta distribución de los resultados.


Todo ello, o en su gran mayoría, es el “aporte Buenos Aires” que monetiza mediante impuesto. Si Tierra del Fuego fabrica un celular, lo lleva a esa ciudad, y de allì se distribuye para el resto del país, los impuestos se lo queda CABA. Incluso los fueguinos compramos a 3.200 kilometros de distancia celulares que se fabrican a la vuelta de la esquina.  Igualmente el que fabrica queso de cabra en Jujuy. Por todo este proceso de concentración de la economía productiva, CABA cobra un precio mediante impuestos que la hacen usufructuar de un plus por bienes que no produce y que explica que la recaudación propia es del 75% y la coparticipación el 25%.


Por otra parte, y no es poca cosa, la concentración del aparato burocrático en el radio de la ciudad produce importantes recursos fiscales. Y no me refiero a los ministerios nacionales, sino a la vasta red de entes y organismos que podrían, y agrego, deberían, estar localizados en el interior del país. Por ejemplo, ¿por qué el Instituto Antártico no está radicado en Ushuaia? (largamente demandado por los sucesivos gobiernos fueguinos), que tiene un presupuesto de varias centenas de millones de dólares, que contrata servicios, realiza compras y ejecuta sus gastos en Buenos Aires, sobre el que la ciudad se queda con una parte vía sellos, Ingresos Brutos y otros.

 

Idéntico razonamiento podría hacerse con respecto a IFONA, que extrañamente se encuentra enclavada en una ciudad que cada vez tiene menos arboles; o la Secretarìa de Pesca que negocia desde las alturas de una oficina de un séptimo piso, un entramado de licencias de pesca de miles de millones de dólares, con antecedentes y resultados catastróficos. Y así podríamos seguir.


El sector financiero, es otro de los grandes TOTEM de la recaudación de esa ciudad que aporta en impuestos de ingresos brutos sobre la diferencia entre tasa pasiva y activa (spreed) sumas incalculables. 


Por todo este proceso de concentración de la economía productiva y concentración administrativa y logística, CABA cobra un precio mediante impuestos que la hacen usufructuar de un plus por bienes que no produce y que explica por qué recauda casi treinta veces más recursos fiscales per cápita que La Matanza, o diez veces más que el promedio de las provincias.


Es probable que quien me lea haya estado pensando en su impaciencia que me estoy yendo del tema central por el cual fui invitado a escribir estas palabras. Concretamente, la supuesta quita de coparticipación a la CABA mediante un decreto simple del poder ejecutivo nacional. Pero creo, modestamente, que la impaciencia suele conducir a grandes errores de apreciación, porque se tiende a ver las cosas en versión foto, cuando en realidad son una película que tiene un guión y secuencias que necesariamente deben ser tenidas en cuenta si el objetivo, claro está, es salir del cine comprendiendo la trama.

 


 

OPINÁ, DEJÁ TU COMENTARIO:
MÁS NOTICIAS