martes 25 de junio de 2024 - Edición Nº2029

Soberanía | 8 oct 2023

por Eric Torrado 🪶

🇦🇷 Malvinas: el monumento que es molestia


Los monumentos constituyen un espejo emocional que refleja y congela en una imagen determinada el estado anímico de una sociedad en un momento histórico dado. Así es que si una sociedad percibe un momento de progreso, grandeza y augura un futuro de prosperidad y desarrollo, tenderá a inmortalizar esta percepción de su estadío nacional en monumentos alegóricos que impriman esa percepción y sean mensajeros -al mismo tiempo- de ese ideal a las generaciones futuras.

 

La "monumentalidad" de una nación se nutre de dos materias primas que dan forma a la estética final de dichas construcciones: por un lado, el IDEAL, es decir la percepción que una sociedad tiene de sí misma en un presente dado, más la idea del nivel de grandeza y desarrollo que la misma tendrá mucho tiempo después de ese presente y toda vez que ese presente no se altere. En el campo del combustible idealista que nutre el levantamiento de monumentos, encontramos los típicos sentimientos humanos que vemos reflejados luego en el mármol, el granito o -dependiendo las épocas y nivel de ostentación- el oro y el bronce, como la libertad, el orgullo, la autoestima nacional, los sentimientos de victoria, las ideas de superioridad étnicas, las propias creencias, etc, encontrando para estos tan solo algunos ejemplos en la Estatua de la Libertad de Nueva York, el Coloso de Rodas, el monumento soviético de la Madre Patria en Volgogrado, el célebre Memorial de Iwo Jima y -prácticamente- toda la arquitectura monumentalista del nazismo; pero también los hay monumentos impulsados por el ansia de lograr lo "inalcanzable" y luego -igualmente- por el orgullo de ostentar el hecho de haberlo alcanzado, como los monumentos referidos a las glorias precursoras de la aeronáutica mundial o a la carrera por la conquista del espacio, tales los casos del Memorial Nacional a los Hermanos Wright, en Carolina del Norte, o el Memorial al Proyecto Mercury en el ingreso a Cabo Cañaveral.

 

El segundo combustible -y no menos importante- que nutre el ansia por condensar en el mármol el reflejo del instante histórico de una sociedad, es la seguridad de que moriremos, apoyado en la consciencia individual de la desaparición física y en el temor social al olvido. Por ello los monumentos "inmortalizan" en una búsqueda calma y desesperada, al mismo tiempo, por seguir llevando en las décadas, siglos y generaciones venideros el mensaje original, aquel que se convierte en la evidencia empírica de un momento de grandeza u orgullo; aquel mensaje que posee el mandato histórico de pervivir incluso si la grandeza original, o la victoria o los dioses que el bronce plasmó a través de las eras, o las conquistas en el aire, en el espacio y a través de los mares dejaran de existir en la realidad de una sociedad futura.

 

Es en ese punto preciso donde la "monumentalidad" de una nación resurge como una voz desde el pasado y como un espejismo en el horizonte de la historia cuando todas las esperanzas de un presente mejor parecen diluirse, los monumentos que ensalzan el orgullo y las glorias de la nación recuperan su fuerza original cumpliendo el mandato histórico de recordarnos que, frente a un futuro incierto, el pasado tiene las respuestas necesarias para recuperar el poder, la paz y el desarrollo originales.

 

Nuestra resiliente Argentina, sin embargo, esboza apenas un acotado inventario de monumentos nacionales que honren la memoria de los laureles que supimos conseguir y que sean un faro hacia la gloria conquistada en los mares, los cielos y los campos de batalla del Atlántico Sur en 1982.

 

La luminaria de Malvinas encandila los ojos de una raza política engordada por la corrupción, y el recuerdo y presencia de hombres que lo dieron todo -incluso la vida- a cambio de nada les resulta una sarna que sangra por lo incómodo que es verse cada día fuera del molde del honor, el altruismo y el sacrificio, virtudes todas que esta democracia fallida (y perdida) no ha sabido responder más que con la entronización de mayores y "mejores" corruptos que han dañado la república y pretendido borrar para siempre la grandeza pasada de la Argentina.

 

El Monumento a la Gesta de Malvinas de Necochea o el de la ciudad de Zapala, en Neuquén, son bienvenidos atisbos primigenios por erigir (inconscientemente) una "monumentalidad" en torno a Malvinas que glorifique al soldado en batalla o a los caídos. Sin embargo, ha sido tan fuerte la campaña desmalvinizadora desde 1982 que, en su camino por victimizar al combatiente como un simple objeto de la dictadura y un depositario final de la derrota, la nefasta política "idealista" de la guerra subversiva de los ´70 que luego conquistó el poder, alejó con oscura intención cualquier posible valoración del orgullo nacional y de la revitalización defensiva de la Argentina a punto tal que, salvo los ejemplos mencionados y los cenotafios levantados en respetuoso homenaje a los caídos a lo largo del país, cuarenta años después de la campaña de Malvinas, que infligió al Reino Unido la mayor pérdida humana y material desde la Segunda Guerra Mundial, Argentina no dispone de una monumentalidad que honre convenientemente el orgullo nacional y los laureles conquistados en el Atlántico Sur.

 

Ninguna de las grandes civilizaciones pasadas y presentes osaron cometer ese pecado porque aún con los hiperbólicos retoques de la historia que suelen ser comunes en los monumentos, sobre aquellos monumentos a la personalidad de líderes tiránicos, toda civilización que se precie de tal sabe que son ellos los garantes silenciosos de la memoria que da orgullo y de la autoestima que sostiene a la nación y le inyecta valor cuando las circunstancias le exijan al pueblo valor.

 

Es claro el por qué algunos quisieron borrarnos la memoria de Malvinas y el orgullo nacional de otros tiempos. Es claro que temen que el pueblo algún día se mire al espejo monumental del bronce, el mármol o el granito y recuerde el valor, el valor de antaño, el amor por la patria, su derecho a defenderla; de los de afuera, y de los de adentro.

 

Texto: Eric Torrado 

FOTO de Malvinas en la Mira

 

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