martes 25 de junio de 2024 - Edición Nº2029

Análisis | 4 mar 2024

🧐 Reflexiones sobre el fin de época y la crisis de identidad


Por:
Elio Noé Salcedo 🪶

Si nuestras previsiones son ciertas y hemos llegado al punto en que corremos el riesgo de perder todo lo que fuimos capaces de construir, deberemos recurrir, hoy más que nunca, a la historia -nuestra propia historia, que se identifica con la Patria- y ser fieles a ella para rescatarla de las manos de los que quieren destruirla y entregarla.

 

El desconocimiento de nuestra historia -que es como decir el desconocimiento de nosotros mismos como país (porque también somos historia)- y la incapacidad para valorarla y aprender de ella desde una perspectiva propia, tal vez sea, a nivel general, una de las causas profundas de nuestro infortunio colectivo.

 

Es por ello que, en un país a medio camino de su realización, sin una identidad nacional de conjunto reconocida y valorada como tal por todos los argentinos, que defina y determine convenientemente nuestro derrotero nacional, y a punto de caer al abismo, resulta necesario reflexionar sobre ello y coadyuvar en la búsqueda de nuestra identidad extraviada, desconocida o negada, primera condición para superar esta crisis terminal y para retomar el camino de nuestra definitiva realización como Nación y como personas y comunidad de esa Nación inconclusa que integramos.

 

Ese gran pensador nacional que fue Arturo Jauretche nos decía, refiriéndose a la historia -fundamento de nuestra identidad-, que es el desconocimiento de la historia y su tergiversación por parte de la cultura oficial y su “política de la historia”, la que nos impide concebir y realizar convenientemente un proyecto de Nación.

 

La realidad que se vive en la Argentina y en buena parte de Nuestra América, más allá de cualquiera otra interpretación coyuntural –creemos-, no es sino la representación de dos proyectos de Nación antagónicos e incompatibles en pugna (a nivel político, económico, social y cultural), cuya contradicción no ha sido resuelta ni muchos menos superada. Por eso nos encontramos en este punto.

 

Como señalábamos en dos libros casi marginales de comienzo de siglo (“El General Ausente” y “La Edad Mediocre”) respecto al sobrevivido modelo neoliberal de los ’90 (citando a Ana Wortman), dicho modelo “pudo haber caído en términos políticos” en 2003, pero nunca terminó de hacerlo “como modelo representacional” prácticamente bicentenario, pues “sobre ese modelo representacional se erige una cultura”.

 

Pues bien, si aceptamos que, en definitiva, cultura “es lo que queda después de haber aprendido y olvidado todo”, en tal caso estamos ante un fenómeno inconsciente, y, como se sabe, lo inconsciente pervive por mucho más tiempo que las expresiones de la conciencia. Ambas instancias -la consciente y la inconsciente- reflejan sin duda las relaciones políticas, económicas, sociales y culturales dependientes y ambiguas propias de nuestra condición de país semi-colonial, en el marco de una gran globalización de la tecnología, los medios de comunicación y la cultura.

 

Aunque resulte duro traerlo a nuestra memoria, pero de eso se trata,  de explorar sin concesiones en nuestra propia vida histórica, ya que somos y estamos hechos también de historia, tanto San Martín -en carta a Bernardo O’Higgins de febrero de 1829- como Facundo Quiroga -en carta al Gral. José María Paz del 10 de enero de 1830-, pensaban que nuestros graves problemas y divisiones no se solucionarían hasta resolver esa antinomia real, que todos los países desarrollados del mundo resolvieron en forma revolucionaria, lo que les permitió imponer el modelo nacional industrialista de desarrollo sobre el modelo conservador agro-exportador asociado a los intereses de una casta aristocrática aliada al extranjero.

 

En lo que toca a nosotros, propiciamos una toma de conciencia sobre la necesidad de cambios revolucionarios, tal como pretenden los actuales gobernantes, pero en sentido contrario, porque no podremos realizarnos a medias ni negarnos a nosotros mismos (a no ser que estemos transitando la alienación o el delirio). Como nos advertía ya el general José San Martín: seremos lo que tenemos que ser o no seremos nada.

 

Identidad no reconocida y falta de conciencia nacional

 

A nivel mental, intelectual, cultural e incluso ideológico -entendemos- se trata de un fenómeno de identidad no reconocida y falta de conciencia nacional, que nos impide ser y realizarnos como personas y como Nación. Y estamos convencidos de que nadie puede realizarse como persona ni como institución en una comunidad y en un país que no se realice. Ello es tan cierto como que ningún país de América Latina podrá realizarse en un Continente que no se realice, como decía el general Perón, uno de nuestros grandes estadistas y pensadores nacionales. En ese sentido, como bien señala el Prof. Enrique Lacolla en “Reflexiones sobre la Identidad Nacional”, Nuestra América “requiere de una conciencia de sí misma que le dé seguridad en sus propios actos”. Sin solución de continuidad en la resolución de nuestras profundas contradicciones, “nuestra historia y nuestro presente están recorridos por la pasión de la dicotomía, de las antinomias en estado bruto: izquierda contra derecha, nacionalistas contra liberales, laicos contra católicos, civiles contra militares; todos como obedeciendo inconscientemente al mandato del apotegma sarmientino: civilización o barbarie”.

 

Al parecer, “los argentinos hemos sido amigos de la simplificación excesiva; partícipes de una comunidad compleja, parecería que quisiéramos abolir esa complicación por decreto”, por negación u ocultamiento. Tal vez sea por ello que, ante las dificultades o estancamiento para terminar de construir un modelo nacional, muchos argentinos han optado por su contrario: un modelo antinacional, antipopular y autodestructivo.

 

La necesidad de saber quiénes somos, resulta importante porque además de “ser lo que debemos ser o no seremos nada”, para ser y crecer, resulta necesario pensar el mundo desde nosotros mismos y desde nuestra perspectiva como personas y como Nación a la vez (porque formamos parte de ella), tal como lo hicieron a su tiempo los grandes países del mundo. Y no lo podremos hacer desde ese particular y original punto de vista –el propio- sin haber rescatado y valorado fehaciente nuestra identidad nacional y definido nuestra visión como Nación, muy lejos de lo que pretenden hacer los que nos gobiernan, y los que, de una manera u otra, lo acompañan en su labor destructiva y disolutiva de la Argentina tal como supimos construirla hasta ahora.

 

La memoria histórica –la memoria de nosotros mismos, de nuestras contradicciones, de nuestros fracasos y de nuestros éxitos, y lo que hayamos aprendido de ello- es el fundamento de nuestra identidad. Memoria histórica, aprendizaje y conciencia de quiénes somos son condición sine qua non de nuestra conciencia política. Ello supone una visión del mundo desde nuestra propia perspectiva nacional y latinoamericana (macro-nacional).

 

En definitiva, asumir una identidad propia de conjunto y tener una visión nacional –saber quiénes somos como país, adónde estamos parados, adónde vamos y adónde queremos llegar- es un requisito para la acción política y la implementación de un proyecto que nos permita realizarnos como personas, como instituciones y como Nación. La falta de ello (su omisión, desconocimiento o negación) nos ha llevado al borde del abismo donde nos encontramos. Y en esto, han tenido gran protagonismo los medios de comunicación “globalizados” y colonizados: la cuota de subjetividad -el odio-, también lo han aportado los medios (incluidas las redes sociales manipuladas o dejadas a su arbitrio). Y lo que muchos todavía no pueden ver de absolutamente negativo y peligroso en este gobierno para los intereses personales y nacionales, y que si ven en los gobiernos que desprecian por “populistas” -en ambos casos, producto de la desinformación y la manipulación mental-, también ha sido “aportado” por los medios.

 

La Argentina –como la mayoría sino todos los países de América Latina (dividida)- hoy carece en conjunto de una visión nacional. Como carece de una visión nacional (de conjunto), no tiene una visión global (del mundo) desde su propia perspectiva. A falta de una visión del mundo propia, tiende a adoptar la visión global de las naciones que dominan el mundo. Y como la visión global de los países hegemónicos es una extensión o correlato de su visión nacional particular, ergo, la Argentina -y América Latina (gran parte de los argentinos y latinoamericanos)- adopta en definitiva la visión nacional de los países dominantes, lo que implica una aberrante y flagrante traición al espíritu de existencia nacional o, lo que es lo mismo, la negación de sí misma como país, como sociedad y como parte de una Nación continental inconclusa: la Patria Grande.

 

Para decirlo con palabras del propio profesor Lacolla, “nuestra situación dependiente y la peculiarísima mixtura de extrañamiento y pertenencia a Europa que presidió nuestros orígenes (e impide asumirnos como dueños de nuestro propio destino), se prolonga hasta hoy y requiere de una predisposición sintetizadora”. Eso supone la resolución, a favor de nosotros y de lo mejor de nosotros, de nuestro ya bicentenario dilema: ser o no ser nosotros mismos. Y ello exige la superación de nuestra crisis de identidad, como requisito de nuestro desarrollo y realización integral como Nación.

 

La Política -para recuperar el poder y el gobierno-, y el Estado y la Política -una vez que los hayamos recuperado-, serán fundamentales para recobrar lo perdido y construir lo que nos falta, pero esta vez, con una visión clara de lo que queremos, sin claudicaciones ni indecisiones que nos impidan alcanzar la meta. Para eso debemos formarnos y prepararnos en forma urgente, y entender que estamos al final de una época y el comienzo de una nueva que debemos construir con la sabiduría y las enseñanzas que nos dejó el pasado.

 

Elio Noé Salcedo

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