
Entrevistas | 19 ago 2025
Los usos del territorio
Oscar Madoery
¿Qué pasa con los territorios en tiempos de algoritmos? Algunas cosas suelen expresarse respecto a cómo la escena mediática afecta las espacialidades. Que el ciberespacio desplaza al territorio como fuente de mediaciones. Que la construcción afectiva comunitaria es reemplazada por un construcción digital de individualidades exaltadas. Que ese individualismo exacerbado rechaza la aproximación pública del Estado. Que la cultura asociada a una historia y una convivencia en un lugar determinado es reemplazada por pantallas y plataformas devenidas en los nuevos espacios simbólicos. Que las fuerzas del cielo valen más que las fuerzas del suelo y que los registros asociados a ese suelo como su memoria y su arraigo pierden su centralidad y sus afectos.
Escuchamos también que los esquemas tradicionales de representación institucional son reemplazados por flujos y lenguajes performativos. Que desaparecen las posibilidades de encuentro. Que estamos presenciando el fin del contrato social ante democracias cada vez más devaluadas y sociedades fuertemente desarticuladas. Que los mercados desbocados y desregulados menosprecian el trabajo nacional y el empleo formal. Que la riqueza y la pobreza se vuelven inconmensurables y las prácticas aún más insustentables. Pareciera que todo aquello que se hace en nombre del capital contamina y expulsa.
En ese contexto los espacios profundizan sus desequilibrios donde algunas ciudades, barrios y zonas se convierten en territorios de consagración y otros en territorios de condena. Lugares que operan como barrera de acceso o impedimento a diferentes ámbitos de la vida social. Es la marca territorial que expulsa: “no es fácil conseguir trabajo si venís del Barrio Las Flores”, suelen expresar vecinos de allí.
Sin embargo, ningún poder político prescinde del territorio ya que su fuerza necesita apoyarse en algún tipo de coordenadas. El actual gobierno nacional, por ejemplo, reconfigura las espacialidades de diferentes maneras: al consolidar centralidades por medio de tramas de intereses recíprocos con poderes concentrados, con medios hegemónicos y fuerzas políticas y judiciales de especulación permanente; al fragmentar la horizontalidad federal por medio de condicionamientos a gobernadores e intendentes para subordinarlos a la verticalidad del poder central; al romper el vínculo entre subjetividad y lugar, algo que siempre ha sido un paso necesario para la desestimación de lo propio y un eslabón previo al desprecio por la Patria. Y esos nexos se desvirtúan cuando algún organismo estatal con presencia territorial como el INTA es desarticulado, cuando se ofrece una porción del territorio nacional para pagar un endeudamiento, cuando se vuelve a insinuar que el problema de la Argentina es su extensión, cuando toda geografía cargada de registros ancestrales y culturales es considerada espacio vacío, cuando la promoción de inversiones extractivas desarma la vida de los habitantes de una región.
Todo proyecto de Nación requiere de un diseño territorial. Las cartografías federales o unitarias se han trazado en función de los desenlaces políticos de cada momento histórico; las culturas populares siguen tensionando entre un suelo interior y una referencia externa; muchas delimitaciones y administraciones urbanas son traspasadas por configuraciones metropolitanas que las desbordan; en un mismo espacio social pueden coexistir diferentes mundos de vida que no necesariamente armonizan, sino que se desconfían, se sospechan o se agreden afectando la convivencia social. Son algunos ejemplos de una relación entre política y territorios que hoy no forma parte de las agendas prioritarias.
Usos que construyen
¿Es posible imaginar otros territorios para construir otra política? Si todo territorio está empapado de poder y siempre está bajo disputa, significa que cada causa por la que vale la pena luchar expresa un tipo de territorialidad: la patria grande, el hábitat popular, la preservación ambiental, el federalismo, la cultura regional. La disputa por el sentido social predominante también está espacialmente atravesada: para algunos todo lo importante que pasa en el país se reduce exclusivamente a lo que ocurre en una ciudad puerto rodeada por una avenida, un río y un riachuelo; para otros cada lugar del interior del país es donde la vida cobra sentido, donde los sueños se plasman y donde el mundo se ordena a partir de otros valores.
Un territorio es más que coordenadas geográficas ya que condensa memorias, simbolismos, identificaciones y proyecciones. Ciertos procesos históricos nos han enseñado que sin territorio no hay soberanía, no hay justicia social, ni preservación cultural y ambiental. Otra comprensión de la realidad nos ha enseñado que el poder territorial no sólo se presenta como dominación, sino también como identificación o como liberación. Es la Patria como comunidad de origen que se resignifica permanentemente: dando trabajo, reemplazando necesidades por derechos, reconociendo al otro en su reclamo y su diversidad, conteniendo a niñas y niños en los clubes de barrio, alimentado vecinos con ollas populares. Es el espacio de proximidades que se habita y que se siente como “mi lugar en el mundo”, incluso cuando se lucha por dos chapas y un colchón, o cuando se defiende un paisaje como fuente de vida. Y es la Nación que sigue latiendo como comunidad de destino a construir, como un expediente inconcluso porque nos falta Malvinas, pero como una causa siempre vigente.
La política pública argentina está configurada por una institucionalidad representativa, republicana y federal. Pero eso no la convierte necesariamente en política popular si la misma queda atrapada y condicionada por poderes fácticos e intereses espurios. La política pública sólo podrá recuperar su fuerza popular si refuerza lo territorial. Y ello implica organización de base, militancia de cercanías, defensa de lo común, revitalización de espacios públicos, ordenamiento territorial, planificación regional, fortalecimiento de tramas productivo-laborales locales, preservación de ámbitos culturales y ambientales comunes. Lo público se reconecta con lo popular cuando se promueve una nueva geografía de responsabilidades públicas y cuando se presta más atención a aquello que transmiten las experimentaciones cotidianas localizadas por sobre los datos fríos de las estadísticas y el juego insensible de las instituciones.
Por más que nos gane la fantasía de ser individuos sin ataduras, de convertirnos en ciudadanos del mundo, de reemplazar abrazos por likes, hay algo que permanece y nos constituye humanamente y que tiene que ver con mirarnos a la cara, con compartir un entorno de proximidades, con formar parte de comunidades de vida donde se hace concreta la fraternidad, la solidaridad y la responsabilidad. Donde ponemos en juego nuestros valores, nuestras creencias, nuestros compromisos y nuestras causas. El gran desafío político de esta época para por convertir cada territorio en lugares de construcción de comunidad organizada con mayor presencia pública y fuerte organización popular.
FUENTE:
Soberanía Deigital


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