martes 09 de septiembre de 2025 - Edición Nº2470

Análisis | 8 sep 2025

El “Ser Nacional” y nuestras raíces históricas


Por:
Elio Noé Salcedo 🪶

Para reconocernos como argentinos y latinoamericanos, es perentorio conocer la historia de América, y en particular la historia de la América Hispánica, cuando nacimos como indo-hispano-americanos, pues, como bien decía Simón Bolívar al luchar por nuestra Independencia, desde nuestro nacimiento mestizo y después de trecientos años de existencia, ya no éramos indios ni españoles o europeos sino americanos.

 

La exigencia de ahondar en la realidad de la América Hispánica -dice Juan José Hernández Arregui-, responde al imperativo de contemplarnos como partes de una comunidad mayor de cultura, que no niega las partes, sino que reivindica el todo. Y en tal orden, el estudio de la historia hispanoamericana es la substancia de nuestra formación como argentinos”.

 

Si no fuéramos un todo, careceríamos de una identidad nacional y seríamos tantas partes como etnias, pueblos, Estados y países somos, que es a lo que apuntan los que quieren dividirnos objetiva y subjetivamente con argumentos académicos o solamente a-históricos de derecha o izquierda.

 

De esa concepción del Todo, se puede rescatar entonces la base de una definición de “ser nacional”. Para Hernández Arregui, el “ser nacional” “es un hecho político vivo empernado por múltiples factores naturales, históricos y psíquicos, a la conciencia histórica de un pueblo”, en tanto se trata de “una comunidad establecida en un ámbito geográfico y económico (que antes de la Independencia era uno solo), jurídicamente organizada en nación (lo que era un avance sustancial ya en la era hispánica), unida por una misma lengua (común con los españoles), un pasado común (que no teníamos ni con los españoles ni con los pueblos nativos sino con nosotros mismos a partir de nuestra existencia mestiza como nuevo pueblo), instituciones históricas (que comenzarían a ser tales a partir de la experiencia común entre indígenas, españoles y criollos), creencias y tradiciones también comunes conservadas en la memoria del pueblo (que no se puede negar, hacer desaparecer o dejar de reconocer después de quinientos años de una experiencia común, que además nos da fundamento como “comunidad superior de cultura”)… con “una voluntad nacional de destino”.

 

Hoy, ese ámbito común, aquellas instituciones históricas, creencias y tradiciones y voluntad de destino común han sido fragmentadas y desnaturalizadas por los intereses ajenos a nuestra existencia y voluntad como Nación, y está a pasos de desaparecer como tal si no le oponemos remedio.

 

El mismo Hernández Arregui, considerado un intelectual de la izquierda peronista en su época, manifiesta la obligación de buscar en la historia los orígenes de nuestros orígenes e identidad nacional, por lo que se impone “retroceder a España, y al hecho de la conquista, calar en las culturas indígenas y en el período hispánico”, sin negar, desconocer uno u otro aspecto y factores de nuestros orígenes e identidad.

 

Solo así y desde allí puede salir ileso, incólume y fortalecido nuestro nacionalismo latinoamericano, “apto para restituirnos nuestro pasado (completo y real), y a través de la conciencia histórica del presente, abrirnos a un porvenir de grandeza”. Por el contrario, “la negación del pasado sería cegar las fuentes de la comunidad nacional (actual) en las que las tendencias espontáneas y profundas del pueblo se alimentan”. Hoy, la indigencia de nuestra conciencia histórica resulta trágica.

 

Como diría Hegel, citado por Hernández Arregui, “todas las fases históricas sucesivas no son sino etapas en la marcha de la evolución y el progreso de la historia humana. Cada fase es necesaria y por lo tanto legítima para la época y circunstancias a las cuales debe su existencia, aunque resulte caduca y pierda su razón de ser ante condiciones nuevas y superiores que se desarrollan paulatinamente en su seno”.

 

¿O acaso se podría haber evitado de alguna manera la llegada de los españoles a nuestro Continente; o las creencias de las tribus subyugadas por los imperios dominantes, que apoyaron al imperio español en su conquista; o la mestización inmediata que se produjo (como no había ocurrido entre conquistadores y conquistados en otros lugares de la tierra) y que dio vida a un nuevo pueblo?

 

De hecho, ese nuevo pueblo ya no era ni español ni indígena y desde hace varias centenas de años conforma la mayoría del pueblo latinoamericano.

 

España en América

 

Ciertamente, “el nacimiento de la nacionalidad no puede segregarse del período hispánico”, sostiene el escritor nacional. “Desligar a estos pueblos de su largo (y completo) pasado -explica JJHA- ha sido una de las más graves desfiguraciones históricas de la oligarquía mitrista”. Sin embargo, su posición frente a España, agrega el pensador nacional, “exige por tanto una explicación”.

 

El menosprecio hacia España arranca en los siglos XVII y XVIII como parte de la política nacional de Inglaterra” -entiende JJHA- y dicho desprestigio o “Leyenda Negra” española se inicia “con la traducción al inglés, muy difundida en la Europa de entonces, del libro de Bartolomé de Las Casas”, que el imperio británico aprovechó para sus fines imperiales, como lo han hecho durante toda la historia.

 

En efecto, la “leyenda negra” “fue difundida por los ingleses como arbitrio político, en una época en que los Habsburgos mandaban sobre Europa y amenazaban a Inglaterra, entonces una potencia de segundo orden”, que aspiraba al cetro del poder mundial. Las contiendas religiosas del siglo XVII “entre la España católica y la Inglaterra disidente” eran el emergente de esa lucha por el poder mundial, que hoy se actualiza en la batalla cultural de nuestros días.

 

Se puede entender lo que estaba en juego a nivel internacional. Sin embargo, apunta Hernández Arregui algo que no por sutil es más importante aún para nuestro actual estado de subordinación nacional:

Más difícil es comprender -tan mezquina es la causa- que las oligarquías criollas después de la emancipación, en lugar de conservar sus orígenes, denigrasen sistemáticamente a España a partir de la segunda mitad del siglo XIX, para romper de este modo, no con España que ya no era un peligro, sino con ellas mismas desde el punto de vista del linaje nacional”.

 

De lo que habla Hernández Arregui es de la negación de nuestras propias raíces e idiosincrasia indo-hispano-americana, que la oligarquía negaba para dedicarse sin culpa ni complejos nacionales a sus negocios con Inglaterra. Después buscaría también por izquierda el fundamento de esa “negación”.

 

Esta infidencia de la oligarquía para su raza y estirpe histórica ha tenido efectos duraderos en la cultura argentina”, sostiene JJHA, cuyo menoscabo espiritual, sin fundamentos ciertos y/o reales “todavía perdura en muchos argentinos que recibieron sobre España la idea extranjera (y particularmente europea) que de sí misma se formó la oligarquía de la tierra -a pesar de su genealogía tanto española como indígena y en muchos casos también africana- al ligar sus exportaciones al mercado británico”. Tal denegación de España, concluye el pensador nacional, “no es más que el residuo cultural mortecino de su servidumbre material al Imperio Británico”.

 

La negación de nuestro origen en los tiempos presentes lo es también, cuando ya independizados de España hace 200 años, seguimos confundidos o dudando sobre quiénes somos, de dónde venimos, dónde estamos parados y cómo y hacia donde debemos marchar para terminar de realizarnos como pueblo y como Nación, sobre la base de nuestra formación genética y cultural principal, que conforma en definitiva nuestra identidad nacional. Aunque España, dada la dialéctica de la historia, desde hace muchos años esté aliada y alineada con nuestros enemigos (y sus otrora enemigos) históricos, que ahora pretenden dominarnos política y económicamente y desarmarnos y derrotarnos cultural, espiritual y psicológicamente.

 

Al contrario de dichos propósitos, resulta que somos mucho más de lo que pensamos que somos y mucho más de lo que nos quieren hacer pensar. Por eso deberíamos responder a semejante despropósito con una actitud reconfortante y no auto denigrante de nuestro “ser nacional”, que lleva en sus raíces, junto a la herencia indígena, también la de aquella España del siglo XV, XVI, XVII y XVIII (que nos dio al Inca Garcilaso de la Vega,  Juan Ruiz de Alarcón, Luis de Tejeda y Guzmán, Sor Juana Inés de la Cruz, el Inca Yupanqui y hasta al mismo Libertador José de San Martín), con todo su bagaje genético, cultural e histórico que todavía debemos terminar de descubrir para desarrollar y potenciar nuestra profunda y multifacética identidad y realizarnos como personas, como sociedad y como Nación.

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