Análisis | 11 dic 2025
Del imperio español al imperio británico
Elio Noé Salcedo 🪶
Si América fue históricamente la continuación de España por tres siglos y nos legó principalmente su unidad territorial y cultural mestiza, que es el fundamento de nuestro “ser nacional” y de nuestra existencia raigal y embrionaria como Nación Latinoamericana, el hecho de la fragmentación y profundización de las diferencias, en cambio, fue y es obra del mismo imperialismo anglosajón que usurpa nuestro territorio y nos pretende dominados.
En efecto, refiere Hernández Arregui, “el centralismo español se trasladó a América y fue el factor aglutinante, a pesar de las distancias, que unificó a la América Hispánica”, dejándonos a pasos de encontrar la clave de nuestras fortalezas y desarrollo posterior como la concibieran los Libertadores; “hasta que el envión capitalista posterior del siglo XIX (en manos de los imperios “civilizadores” europeos, y ya no de España) averió la solidez del sistema”.
La liquidación del sistema virreinal heredado de España y fundado en “una lógica geográfica y económica cuya eficacia se muestra por los siglos que duró”, al final “convirtió esa lógica geográfica en “fatalidad física” y a la economía en desorganización del todo: la interdependencia suplida por la independencia de las partes fracturó a la América Hispánica en el agregado de naciones enfermas que dura en nuestros días”.
Junto con los bríos emancipatorios de parte de las clases criollas años antes de la Independencia definitiva (1824), dadas las circunstancias de decadencia y deterioro español, se dio casi imperceptiblemente un proceso de colonización económica y cultural “europeo”, que en poco tiempo más daría sus frutos, aunque no para consumo de los propios habitantes de Nuestra América, sino casi exclusivamente para beneficio de los nuevos amos imperiales -el Imperio Británico- y las clases nativas asociadas a sus negocios.
Esos factores mencionados son dejados de lado a la hora de los análisis historiográficos de la colonización en Nuestra América, mientras se hace hincapié desproporcionada y anacrónicamente sobre los pormenores de la conquista y colonización española de hace más de quinientos años.
Efectivamente -argumenta Juan José Hernández Arregui-, con el propósito de anularnos como Nación viviente y presente, “la inferioridad de lo español se convirtió en un lugar común de nuestra educación” en coincidencia “con la penetración mercantil inglesa en la América Hispánica”, necesitada para eso de la “leyenda negra española”.
Leyenda negra española
De acuerdo a Hernández Arregui, “el menosprecio hacia España arranca en los siglos XVII y XVIII como parte de la política nacional de Inglaterra”, y dicho desprestigio o “Leyenda Negra” se inicia “con la traducción al inglés, muy difundida en la Europa de entonces, del libro de Bartolomé de Las Casas” (“Brevísima relación de la destrucción de las Indias” de 1552) , que el imperio británico aprovechó para sus fines imperiales, como lo ha hecho durante toda su historia.
En efecto, la “leyenda negra” “fue difundida por los ingleses como arbitrio político, en una época en que los Habsburgos mandaban sobre Europa y amenazaban a Inglaterra, entonces una potencia de segundo orden”, que aspiraba al cetro del poder mundial. Las contiendas religiosas del siglo XVII “entre la España católica y la Inglaterra disidente” fueron el emergente de esa lucha por el poder mundial, que hoy se actualiza con argumentos cruzados en la batalla geopolítica, territorial, económica, religiosa y cultural de nuestros días.
Se puede entender lo que estaba en juego a nivel internacional. Sin embargo, apunta Hernández Arregui, algo que no por sutil es más importante aún para nuestro actual estado de subordinación nacional: “Más difícil es comprender -tan mezquina es la causa- que las oligarquías criollas después de la emancipación, en lugar de conservar sus orígenes, denigrasen sistemáticamente a España a partir de la segunda mitad del siglo XIX, para romper de este modo, no con España que ya no era un peligro, sino con ellas mismas desde el punto de vista del linaje nacional”.
Aunque nos independizábamos precisamente de España, no obstante, no podíamos negar tampoco nuestras raíces tanto pre-hispánicas como hispánicas. Por esa razón, coincidimos, “el nacimiento de la nacionalidad no puede segregarse del período hispánico”, como sostiene el escritor nacional que comentamos. “Desligar a estos pueblos de su largo pasado -no doscientos sino quinientos años- ha sido una de las más graves desfiguraciones históricas de la oligarquía mitrista”. Sin embargo, su posición frente a España, agrega el pensador nacional “exige por tanto una explicación”.
La negación de las raíces
De lo que habla Hernández Arregui, en definitiva, es de la negación de nuestras propias raíces e idiosincrasia indo-hispano-americanas, que la oligarquía argentina asociada al imperio británico negó para dedicarse sin culpa ni complejos nacionales a sus negocios con Inglaterra. Después se buscaría por izquierda, hasta encontrarlo, el fundamento de esa “negación” con argumentos étnicos, utilizados para dividirnos y no para unirnos en un mismo propósito definitivamente liberador.
“Esta deslealtad de la oligarquía para su raza y estirpe histórica ha tenido efectos duraderos en la cultura argentina”, cuyo menoscabo espiritual, como sostiene el escritor nacional, “todavía perdura en muchos argentinos que recibieron sobre España la idea extranjera (y particularmente europea) que de sí misma se formó la oligarquía de la tierra -a pesar de su genealogía tanto española como indígena y en muchos casos también africana- al ligar sus exportaciones al mercado británico”. Tal negación de su raíz española, concluye el pensador nacional, “no es más que el residuo cultural mortecino de su servidumbre material al Imperio Británico”.
En efecto, si la burguesía de los siglos XVII y XVIII se consolidó en América y no en España, como dice Hernández Arregui, “con la caída del poder metropolitano, esa burguesía originaria (que nunca se convirtió en inversora e industrial sino solo en oligarquía terrateniente, ganadera, productora solo de materias primas, agroexportadora, rentística y financiera) se enlazaría a Inglaterra y Estados Unidos” sucesivamente, entregándose de cuerpo y alma a designios ajenos y extraños a nuestras necesidades e intereses como Nación.
Aunque España, dada la dialéctica de la historia, desde hace algunos años esté aliada y alineada con nuestros enemigos históricos (y sus otrora enemigos históricos) que ahora pretenden dominarnos política, territorial y económicamente y desarmarnos y derrotarnos cultural, espiritual y psicológicamente, la negación de nuestro origen en los tiempos presentes responde ahora a una especie de “leyenda negra latinoamericana”, que se asemeja por su publicidad a otro boom literario.
No es casual, aunque sí trágico, que ya independizados de España desde hace más de 200 años, sigamos confundidos o dudando sobre quiénes somos, de dónde venimos, dónde estamos parados y cómo y hacia dónde debemos marchar para terminar de realizarnos como pueblo y como Nación, sobre la base de nuestra formación genética y cultural principal que conforma en definitiva nuestra identidad nacional. Sobre esa confusión actúan los intereses ajenos a nosotros.
Al contrario de dichos propósitos, resulta que somos mucho más de lo que pensamos que somos y mucho más de lo que nos quieren hacer creer y pensar.
Por eso deberíamos responder a semejante despropósito con una actitud reconfortante y no auto denigrante de nuestro “ser nacional” con más de cinco siglos de existencia, que lleva en sus raíces junto a la herencia indígena también la de aquella España del siglo XV, XVI, XVII y XVIII, que nos dio al Inca Garcilaso de la Vega, a Tupac Amaru, al Inca Yupanqui, a Bernardo Monteagudo y la generación revolucionaria de 1810, a Andresito Artigas, a Juana Azurduy y hasta al mismo Libertador José de San Martín, con todo el bagaje humano, cultural e histórico que todavía debemos terminar de descubrir para desarrollar y potenciar nuestra profunda, inmensa y multifacética identidad como personas, como sociedad y como Nación, a mitad de camino de su realización.
Por
Elio Noe Salcedo
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