sábado 27 de julio de 2024 - Edición Nº2061

Análisis | 23 ene 2024

Por Elio Noé Salcedo 🪶

⚒️ ¿Revolución o contrarrevolución en la Argentina?


En varias oportunidades, el actual mandatario nacional, tanto en campaña como ya en gestión, se ha referido a su gobierno y/o a su proyecto de gobierno como un cambio estructural, un antes y un después, un nada de lo mismo, una revolución. Cabe preguntarse entonces si estamos ante una verdadera revolución, o en realidad se trata de todo lo contrario: una contrarrevolución, lo que es más preocupante. Tratemos de aclarar este asunto.

 

Ciertamente, el término revolución se ha aplicado en la Argentina a fenómenos que conforman muchas veces todo lo contrario: es el caso de la porteña y separatista “revolución del 11 de septiembre” de 1852; la “revolución del 90” a fines del siglo XIX, “típico golpe porteño” contra el Dr. Miguel Juárez Celman, un gobernante constitucional y con representatividad nacional y provinciana que venía del Interior; la “revolución de 1930”, que derrocó al Dr. Hipólito Yrigoyen, elegido por el voto universal, obligatorio y secreto; o la “revolución libertadora” de 1955 (ni revolución ni libertadora), que derrocó el gobierno constitucional del general Juan Domingo Perón, heredándonos toda clase de desastres que todavía no hemos resuelto a pesar de los tan mentados 69 años transcurridos, en el que han gobernado gobiernos “liberales”, “demoliberales” y/o neoliberales” durante 48 años (18+25+4+1) y solo 21 años (3+2+4+8+4) gobiernos nacionales y populares con sus pro y sus contras.

 

Pues bien, si utilizamos por su certeza el concepto de “revolución” definido por el autor de “Tradiciones Sanjuaninas”, libro de Octavio Gil, uno de los descendientes de los primeros vecinos fundadores (Martín Gil) que acompañaron al fundador de San Juan (Juan Jufré, 1562), y cuyo padre, Anacleto Gil, tres siglos después fue gobernador roquista (1881 – 1884), entonces tal vez podamos acercarnos a la respuesta requerida al comienzo de esta reflexión.

 

Para Octavio Gil “el vocablo revolución significa el cambio radical y repentino de las instituciones fundamentales del Estado o de la sociedad, que se produce por el pueblo, valiéndose de la fuerza”. Aunque también advierte enseguida el escritor, que las revoluciones “propiamente dichas” son las “de abajo”, sin descartar que haya auténticas revoluciones “desde arriba”, provocadas con el propósito “de un cambio fundamental de régimen”.

 

Un ejemplo claro de ese tipo de revolución fue la revolución de 1943 en la Argentina, a la que podemos encuadrar entre las revoluciones “desde arriba”, que venía a producir “un cambio fundamental de régimen” (un régimen entreguista, hambreador y fraudulento por otro nacional y a favor del pueblo), y que respondiendo finalmente al clamor de “los de abajo” (expresado claramente dos años después un 17 de octubre de 1945), entregaría democráticamente el gobierno a las mayorías populares el 23 de febrero de 1946 a través de un gobierno revolucionario y legítimo tanto en sus raíces como en sus banderas políticas nacionales (a favor de la Patria) y realmente populares (a favor del pueblo).

 

No dejemos de mencionar una frase del general San Martín, fuera de toda liturgia peronista (aunque se parece mucho): “Un buen gobierno no está asegurado por la liberalidad de sus principios, pero sí por la influencia que tiene en la felicidad de los que obedecen”.

 

En efecto, la revolución de 1943 se inició produciendo el desconcierto de las minorías conservadoras y de la Embajada Británica (dato a tener en cuenta para uso de nuestro “revolucionómetro”) justo el 4 de junio, día en que la Convención del Partido Conservador se había autoconvocado para proclamar la candidatura a la presidencia de la República de don Robustiano Patrón Costa, zar del azúcar e instigador de la contrarrevolución y derrocamiento del Dr. Federico Cantoni en San Juan, suceso que terminó, entre otras, con las posibilidades de la “Azucarera de Cuyo” y la diversificación económica de esa provincia cuyana en la década del 30 del siglo XX.

 

Para ser la de 1943 solo “una revolución autoritaria” como pretendían o pretenden algunos, lo cierto es que “con un debate ideológico acentuado por motivos internos y externos, con una sociedad en transformación”, aquella revolución de arriba creó más expectativas que desencantos entre sus contemporáneos, tras “la búsqueda de distintas soluciones políticas que permitieran salir de los dilemas en que la opción escogida a comienzos de la década había colocado a la Argentina”, como bien dice el investigador de la UBA Fernando J. Devoto en su reflexión sobre ese suceso.

 

Y aunque el grupo de revolucionarios no era homogéneo y estaba dividido en torno a diversas cuestiones, entre ellas la posición que debía adoptar el país frente a los bandos contendientes en la Segunda Guerra Mundial, dentro del gobierno militar convivían los que defendían la neutralidad (coincidente a la vez con los que tenían claras simpatías con las fuerzas del Eje y grupos vinculados al nacionalismo católico), al lado de los aliadófilos, generalmente de orientación probritánica, junto a algunos también de orientación liberal (Page, 1983).

 

Raúl Scalabrini Ortiz, que desconfiaba de esos militares, de los que tampoco se sabía mucho, se orientó a creer en un principio que era un golpe pro norteamericano para romper la neutralidad, que era la genuina posición nacional, mantenida por todos los gobiernos nacionales durante la Primera Guerra Mundial.

 

Por su parte, FORJA (Fuerza de Orientación Radical para la Joven Argentina), conducida por Arturo Jauretche, declaraba en la ocasión con la firma de Jauretche y Oscar Meana y con más optimismo que Scalabrini: “FORJA declara que contempla con serenidad no exenta de esperanza la constitución de las nuevas autoridades. Por su parte, diarios nacionalistas como “Cabildo” también celebraban alborozadamente la revolución en la que veían “el triunfo del espíritu nuevo” que había abolido al gobierno de “la plutocracia sin patria”.

 

En su gran mayoría -según señala Pablo Buchbinder en “Los cambios en la política social argentina y el impacto del terremoto de San Juan (1944)”-, los militares que impulsaron aquella revolución “compartían una perspectiva crítica de los gobiernos que habían ejercido el poder desde 1930”, cuestionando para empezar, “las prácticas fraudulentas en términos electorales que habían permitido que dichos gobiernos se mantuviesen a lo largo de este extenso período, su supuesta corrupción y la falta de moral en términos administrativos, pero también se los acusaba por su falta de sensibilidad en los aspectos sociales”. En cambio, la perspectiva de los militares del 43 estaba impregnada de las preocupaciones por la situación social (“mishiadura”) y la situación de un mundo en guerra (1939 – 1945), preocupaciones que se agravarían a los siete meses de iniciada la revolución con el terremoto de 1944 en San Juan.

 

Por el contrario, completa Fernando J. Devoto, las propuestas políticas en danza pretendían darle de una u otra manera continuidad al “régimen desleal y descreído” aunque planteaban diversas “opciones”, entre ellas: “una mezcla de fraude masivo y populismo”; “la permanencia en el limbo del fraude y de la república conservadora”; “la solución Justo: acuerdos en las cúpulas para un retorno del mismo Justo (mediante un acuerdo con Alvear), elegido democráticamente en 1944 con el decisivo apoyo radical en alguna versión de «unión democrática”; “sustituir la lista incompleta por la completa en las elección de electores para Presidente y Vice”; “suprimir el voto secreto”; “modificación de la ley Sáenz Peña”; o en su defecto, “una transición gradual de la república posible a la verdadera”, o sea, la vuelta a la misma república oligárquica de siempre…

 

Como se ve, todas las propuestas de la clase política de entonces se inclinaban por la conservación del estatus quo de la “década infame” (1930 – 1943). Eso fue lo que convirtió aquel levantamiento militar de 1943 en una verdadera y patriótica “revolución desde arriba”, de cuyas entrañas surgiría democráticamente, a partir del 17 de octubre de 1945, ratificada el 23 de febrero de 1946, una verdadera, patriótica y amplia “revolución desde abajo”: el peronismo.

 

De alguna manera también -despejando la incógnita del comienzo para uno y otro caso-, volvían a hacerse realidad aquellas palabras revolucionarias del padre de la Patria: “El rey nos decía que si no podemos comprar leña que nos emponchemos, que si por pobre no podíamos alimentar a nuestro caballo, que no lo tengamos, que si alimentarnos era costoso, que comamos menos… Entonces decidimos ahorrar gastos y nos liberamos del rey”.

 

Elio Noé Salcedo

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