domingo 16 de junio de 2024 - Edición Nº2020

Soberanía | 24 feb 2024

🇦🇷 Teoría, método y verdad nacional


Por:
Elio Noé Salcedo 🪶

La batalla cultural o intelectual comienza con la conquista de una teoría, un método y un pensamiento propio. Y no podremos ganar esa batalla sin el rescate del pensamiento nacional original, desde Bolívar, San Martín y Artigas hasta nuestros días.

 

En tanto la palabra teoría tiene su origen en el vocablo griego “theorein”, que significa “observar” -observar entendiendo la realidad que observamos-, deberíamos seguir también un método (palabra que en griego significa “camino”) para llegar a la verdad sobre la realidad observada: nuestra verdad nacional. El método resulta, en definitiva, el camino que elegimos para ir en busca de esa verdad. Se trata del lugar donde estamos parados y observamos la realidad. Porque no es lo mismo mirar nuestra realidad desde París, Nueva York o Londres que mirarla con fidelidad desde la Argentina o América Latina.

 

En última instancia, el método es el “punto de vista” que adoptamos para observar la realidad, y ese punto de vista no puede ser otro que un punto de vista nacional. Aunque parezca una verdad de perogrullo, no hay otro camino que nos lleve a la verdad nacional.

 

De allí que una teoría nacional requiera de observadores nacionales que estén plantados en su propia realidad, autores de sus propias teorías u observaciones, y no meros espectadores a la vera del camino, que repiten observaciones que otros observadores han realizado en otros paisajes y otras historias que no son las nuestras (a veces útiles, en todo caso, como referencia).

 

Estamos convencidos de que el papel, el rol, la función que debe cumplir la Inteligencia en nuestro país, la tarea básica, es encontrar la verdad nacional (la teoría nacional) recorriendo los caminos de la propia realidad como observadores empáticos: poniéndonos en el lugar de los propios intereses como Nación, en el mismo camino que transitan nuestros compatriotas de a pie y no con observaciones o teorías de otros observadores y caminantes de caminos muy lejanos y diferentes a los nuestros. De seguir este último método, nos convertiríamos en los “caminantes” de los que habla Gustavo Cangiano en “Cartógrafos y caminantes en las Ciencias Sociales” (editadas por CEPEN, con apéndice de Roberto A. Ferrero), dependientes en todo de lo que pergeñan los “cartógrafos” foráneos.

 

En efecto, el punto de vista desde el cual observamos/interpretamos nuestra propia realidad, no puede ser otro que el de nuestros intereses y necesidades como pueblo y como nación (¿doctrina nacional?), o sea plantados en el lugar y escenario en el que acontece nuestra vida cotidiana e histórica, pues además de seres sociales somos seres históricos. No podemos ser meros repetidores de otros observadores y de otras observaciones realizadas en otras realidades y en otros escenarios, so pena de equivocar el camino y nunca encontrar la verdad que buscamos.

 

Encontrar la verdad nacional (la teoría nacional sobre múltiples aspectos de la realidad) requiere caminar o recorrer nuestros propios caminos (llenos de polvo y barro muchas veces), única manera de encontrar la verdad nacional que represente a todos los que transitan por ellos, o sea, el conjunto del pueblo y de la nación, sin dejar a nadie afuera, menos a la propia Patria Chica y Grande, que es en lo que fallan las “otras” teorías.

 

Pero no se puede cumplir ese objetivo, si nos negamos a observar (a teorizar), es decir a pensar por nosotros mismos; si nos negamos a observar y caminar el propio camino; a pensar desde nosotros mismos y sobre nosotros mismos, y no desde los medios deformantes de comunicación o desde las teorías foráneas que inundan las bibliotecas, las cátedras y los planes de estudio en nuestras universidades, colegios militares y escuelas, utilizando equivocadamente teorías y paradigmas que no surgen de la propia observación y del testimonio de los caminantes nativos.

 

De lo que se trataba y se trata, es de “ir aprendiendo la verdad, según nosotros y para nosotros”, partiendo de las “conjeturas fundadas en la propia observación y en la experiencia propia o de mis paisanos”, como nos enseñaba Arturo Jauretche. Ya lo adelantaba Martín Fierro: “Hay hombres que de su cencia / tienen la cabeza llena / hay hombres de todas menas / más digo sin ser muy ducho / que mejor que aprender mucho / es aprender cosas buenas”.

 

Respecto a la investigación de los hechos pasados, “cuyo rumor no se ha apagado”, don Arturo proponía igualmente un genuino método científico: “recostarse con el oído pegado a la tierra en que nacimos y oír el pulso de la historia como un galope a la distancia”. Por supuesto, no hay peor sordo que el que no quiere oír ni más ciego que el que no quiere ver. Ese es uno de los problemas al que nos enfrentamos. El otro, es solo tener oído, vista y entendimiento para lo “universal” o “global”, pero nunca para lo “nacional”, cuando lo universal se compone de tantas instancias nacionales como hay en el universo, según proclamaba nuestro filósofo ítalo-argentino Coriolano Alberini durante la Reforma Universitaria de 1918.

 

Como vemos, no estamos solos, y hay quienes nos pueden guiar en el camino de la verdad nacional, pues ese camino ya ha sido transitado profunda y profusamente por muchos pensadores nacionales antes que nosotros; no obstante, han desaparecido de nuestra formación debido a ese gran retroceso que significó la caída del gobierno nacional y popular de 1973–1976, cuando todavía estaba vigente dicho pensamiento; y para rematar, con la desmalvinización sufrida después de la gloriosa gesta de Malvinas, que podría haber sido nuestra plataforma de recuperación del pensamiento nacional borrado de nuestro camino seis años antes.

 

Lo llamativo es que, esa tremenda influencia cultural e intelectual que significó el pensamiento nacional de la segunda mitad del siglo pasado hasta mitad de los 70, la ejercieran esos pensadores desde afuera de la Universidad y de la Educación formal, porque la Universidad, según los paradigmas “académicos”, no estaba para pensar en “nacional” sino en “universal” (después entendido como “global”); cuando se supone que una Universidad Nacional debería ser la casa de las teorías originales y nacionales, o sea, la casa de las observaciones y de los observadores, que nos enseñan a observar y transitar mejor nuestros caminos y nuestra realidad.

 

En esa educación prima todavía la visión portuaria de la historia, de la economía y de las ciencias sociales, cuando no se omite directamente nuestra historia y los grandes problemas nacionales que arrastramos desde hace 200 años o más.

 

Se trata, como dice el Prof. Enrique Lacolla -otro gran pensador nacional de nuestro tiempo- que nuestra Inteligencia asuma su deber, que es “pensar el país, reflexionarlo sobre las raíces de una problemática nacional que mezcle los datos puntuales del pasado con un presente del que depende su futuro”, nuestro futuro.

 

¿O hemos olvidado también que la educación y la formación bien entendidas comienzan por casa?

 

Elio Noé Salcedo

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