viernes 03 de mayo de 2024 - Edición Nº1976

Soberanía | 8 abr 2024

🧐 Una escuela de prejuicios antinacionales


Por:
Elio Noé Salcedo 🪶

En un trabajo sobre la ideología y la política inmigratoria en la Argentina entre 1810 y 1914, Tulio Halperin Donghi señala que Domingo Faustino Sarmiento visualizaba dos Argentinas: una básicamente “política”, con “una población nativa que vivía no solo para la política sino de la política”, a la que Sarmiento, como vemos -esto lo decimos nosotros- denostaba por ser criolla y ocuparse de los asuntos públicos (por la misma razón que se la denigra en nuestros días); y otra Argentina “económica”, predominantemente extranjera, a la que el intelectual europeizado reivindicaba por ser anglosajona y estar ligada a su ideal de sociedad ya realizada, o en rápido proceso de realización -ya todo hecho-, como también pretenden los jóvenes de hoy.

 

Considerándola incapaz por ser criolla, Sarmiento pretendía que los problemas de aquella Argentina los solucionara la civilización europea o norteamericana. Había dos problemas: en esa sociedad criolla estaba todo por hacerse y había que hacerlo, y la dificultad mayor u obstáculo era la misma sociedad que Sarmiento admiraba, cuya condición para terminar de “civilizarse” era impedir que nosotros nos civilizásemos: su desarrollo industrial -su interés y necesidad de intercambio de sus manufacturas industriales por nuestros productos primarios-, impedía nuestro desarrollo industrial.

 

Era una flagrante contradicción, prácticamente insoluble (que no genera problema alguno para la construcción literaria, pero sí para la política), que no admitía sino solo dos posibles soluciones contrapuestas e incompatibles: 1) avenirse a los requerimientos de esa sociedad extranjera en pleno desarrollo, renunciando al desarrollo propio, autónomo y soberano, como el que esos países admirados por Sarmiento (Inglaterra, Francia y Estados Unidos) habían alcanzado; 2) apostar a nuestro propio desarrollo, rechazando las exigencias que el imperio en cuestión nos imponía para subordinarnos a sus designios “civilizatorios”, enfrentándolo política, económica y culturalmente, cosa que la “Argentina económica” no estaba dispuesta a hacer y nunca hizo.

 

La “Argentina económica” -tan vigente hasta nuestros días-, optó por la solución de afuera… De allí deriva también el desprecio hacia la población nativa en general y hacia la política, que, dada nuestras condiciones de debilidad, da pie a lo que decía el general Perón en 1951, en el diario “Democracia”: “Los débiles, generalmente, desde que carecen de poder, deben servirse de su habilidad y tienen solo la fuerza de su política”. Es por eso que la denigran, utilizando para ello también la cultura.

 

Inexactitudes de Sarmiento

 

Haciendo honor a su personalidad y desapego de la realidad y la verdad histórica, Sarmiento advertía en la primera edición del “Facundo”: “Algunas inexactitudes han debido necesariamente escaparse en un trabajo hecho de prisa, lejos del teatro de los acontecimientos, y sobre un asunto de que no se había escrito nada hasta el presente…”; no es extraño que el lector “eche de menos algo que él no conoce” o “disienta en cuanto a algún nombre propio, una fecha, cambiados o puestos fuera de lugar”; no obstante, “en los acontecimientos notables a que me refiero, y que sirven de base a las explicaciones que doy, hay una exactitud intachable”; y “si algunas inexactitudes se me escapan, ruego a los que las adviertan que me las comuniquen”. Eran muchas las inexactitudes que se le escapaban a Sarmiento, algunas incluso reconocidas por el propio escritor, luego convertido en gran personaje político de su época y, en forma póstuma, en “Maestro de América”.

 

En efecto, en carta al Gral. José María Paz del 22 de diciembre de 1845, al remitirle un ejemplar del libro, el autor reconoce en confianza: “Remito a V.E. un ejemplar del “Facundo” que he escrito con el objeto de favorecer la revolución y preparar los espíritus. Obra improvisada, llena de necesidad, de inexactitudes, a designio a veces, no tiene otra importancia que la de ser uno de los tantos medios tocados para ayudar a destruir un gobierno absurdo y preparar el camino a otro nuevo”. Era la política por otros medios (en este caso, la literatura y el periodismo), no meras inexactitudes.

 

El mecanismo de justificar el fin a través de cualquier medio parece haber hecho escuela entre nosotros. Tal vez podamos identificar en ese mecanismo el fenómeno de la posverdad o mentira emotiva que, según el diccionario, “describe la distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales”, en las que la apelación a las emociones y a las creencias personales tiene mayor influencia que los hechos objetivos. Cualquier parecido con la realidad actual no es pura coincidencia.

 

Ese es el problema: que a través de la ideología del “Facundo”, cuya intención e inexactitudes a designio son confesadas por el autor, se han formado hasta hoy varias generaciones de argentinos. De hecho, al terminar el siglo XIX y despuntar el XX, en un país que comenzaba a renegar de su pasado criollo y olvidar el Martín Fierro (rescatado recién en 1913 por Lugones), se imponía la ideología oligárquica, extranjerizante y auto denigratoria del “Facundo. A solo 24 años del comienzo del siglo XXI, ese ideal parece haberse reafirmado, y por decisión -¿incomprensible?- de los propios argentinos… Una de las claves la encontramos en Jauretche.

 

Inexactitudes, zonceras y barbaridades

 

En el “Manual de Zonceras Argentinas” (que incluye algunas “inexactitudes” de Sarmiento), Arturo Jauretche las define como “principios introducidos en nuestra formación intelectual desde la más tierna infanciay en dosis para adultos- con la apariencia de axiomas, para impedirnos pensar las cosas del país por la simple aplicación del buen sentido”. Para Jauretche, la madre de todas las zonceras es, justamente, la falsa y confusa dicotomía de “civilización y barbarie”, elevada a paradigma sagrado de la cultura dominante.

 

Sin embargo -descubrimos-, existen “zonceras” que, por su magnitud y significación, alcanzan el carácter de “barbaridades”. Desafortunadamente, esas “barbaridades” también han hecho escuela, y de ellas derivan muchos de los prejuicios anti populares y anti nacionales que alimentan la falta de conciencia nacional y social en nuestro país, y, lo que es más escandaloso aún, reflejan el ideario actual de muchos argentinos y argentinas.

 

Tomar debida conciencia de tales sofismas resulta en principio un homenaje a la verdad histórica y a la sensatez, pues como diría alguna vez el propio intelectual sanjuanino, tratando de aminorar, por capricho, la figura del Gral. San Martín: “Una alabanza eterna de nuestros personajes históricos, fabulosos todos, es la vergüenza y la condenación nuestra”, sentencia que, no hay dudas, le cabe mejor a Sarmiento, que al por entonces exiliado e injuriado Padre de la Patria.

 

Decálogo de “barbaridades

 

Hemos seleccionado solo diez “barbaridades” de Sarmiento, que ilustran la esencia de su pensamiento anti nacional y anti popular que ha formado la conciencia de muchos argentinos y argentinas y resulta la esencia del pensamiento libertario actual, salvo alguna excepción:

 

1. Sobre el Estrecho de Magallanes y la Patagonia: “Magallanes pertenece a Chile y quizá toda la Patagonia. No se me ocurre, después de mis demostraciones, cómo se atreve el gobierno de Buenos Aires a sostener ni mentar siquiera sus derechos. Ni sombra, ni pretexto de controversia queda” (El Progreso, Chile, noviembre de 1842);

2. Sobre las Islas Malvinas: “La Inglaterra se estaciona en Las Malvinas. Seamos francos: esta invasión es útil a la civilización y al progreso” (El Progreso, 28 de noviembre de 1842);

3. Sobre la renuncia a su nacionalidad en Chile: “Los argentinos residentes en Chile pierden desde hoy su nacionalidad. Los que no se resignen a volver a la Argentina deben considerarse chilenos desde ahora. Chile puede ser en adelante nuestra patria querida. Debemos vivir totalmente para Chile y en esta nueva afección deben ahogarse las antiguas afecciones nacionales” (El Heraldo Argentino, Chile, 11 de enero de 1843);

4. Sobre el Mar Argentino: “El día que Buenos Aires vendió su Escuadra hizo un acto de inteligencia que le honra. Las costas del Sur no valdrán nunca la pena de crear para ellas una Marina. Líbrenos Dios de ello y guárdenos a nosotros de intentarlo” (El Nacional, 12 de diciembre de 1857 y 7 de junio de 1879);

5. Sobre los sectores más vulnerables: “Si los pobres de los hospitales, de los asilos de mendigos y de las casas de huérfanos se han de morir, que se mueran; porque el Estado no tiene caridad, no tiene alma. El mendigo es un insecto, como la hormiga. Recoge los desperdicios. De manera que es útil sin necesidad de que se le dé dinero. ¿Qué importa que el Estado deje morir al que no puede vivir a causa de sus defectos? Los huérfanos son los últimos seres de la sociedad, hijos de padres viciosos, no se les debe dar más que de comer”. (Senado de la Provincia de Buenos Aires, 13 de setiembre de 1859);

6. Sobre los inmigrantes: Los árabes son una canalla que los franceses corrieron a bayonetazos hasta el Sahara” (Obras Completas, Tomo 23); “Fuera la raza semita. O no tenemos derecho… para hacer salir a estos gitanos bohemios que han hecho del mundo su patria… pretenden dejarnos sin patria, declarando a la nuestra un artículo de ropa vieja y negociable y materia de industria” (Obras Completas, Tomo 30); “La chusma irlandesa organizada por los curas fue derrotada por el pueblo decente (los ingleses) … Es fortuna que a la Argentina vengan pocos irlandeses” (Obras Completas, Tomo 48);

7. Sobre la lengua común de los latinoamericanos: “El castellano es barrera insuperable para la transmisión de las luces” (Obras Completas, Tomo 30);

8. Sobre la democracia: “Cuando decimos pueblo, entendemos los notables, activos, inteligentes: clase gobernante. Somos gentes decentes. Patricios a cuya clase pertenecemos nosotros, pues, no ha de verse en nuestra Cámara ni gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente, es decir, patriota” (Obras Completas, Tomo 39);

9. Sobre la milicia y los argentinos: La milicia me sirve para civilizar y domesticar los paisanos.  Los argentinos somos pobres hombres llenos de pretensiones y de inepcia, miserables pueblos, ignorantes, inmorales y apenas en la infancia. Somos una raza bastarda que no ocupa, sino que embaraza la tierra” (Obras Completas, Tomo 52);

10. Sobre las Universidades: “Si algo habría que hacer por el interés público, sería tratar de contener el desarrollo de las universidades… La educación universitaria no interesa a la nación ni interesa a la comunidad del país… Nada tiene que ver ni el Estado ni nadie con las universidades” (Senado Nacional, 27 de julio de 1878 y 19/9/1878).

 

Tan solo la posición respecto a Israel se diferencia del pensamiento oficial actual.    

 

Respuestas equivocadas a preguntas inducidas

 

Dado el método del “Facundo”, cuyos interrogantes se plantean como una aseveración, siempre desde un pensamiento extranjero-céntrico y no desde el punto de vista del pensamiento nuestro-americano -método muy en uso en nuestros días-, resulta necesario tratar de responder esas preguntas y hacer algunos comentarios críticos al respecto.

 

“¿No significa nada para la historia y para la filosofía –se pregunta el autor del “Facundo”- esta eterna lucha de los pueblos hispanoamericanos, esa falta supina de capacidad política e industrial que los tiene inquietos y revolviéndose sin norte fijo, sin objeto preciso, sin que sepan por qué no pueden conseguir un día de reposo, ni qué mano enemiga los echa y empuja en el torbellino fatal que los arrastra, mal de su grado y sin que les sea dado sustraerse a su maléfica influencia?”.

 

Sin duda se trata de una maléfica influencia, que, por supuesto, no es del agrado ni para beneficio de los pueblos iberoamericanos. Entonces, ¿en qué consiste realmente “esta eterna lucha”, que aún hoy debemos sostener? ¿Nada tiene que ver con esa “eterna lucha”, esa “maléfica influencia” que pretende convencernos de nuestra “falta supina de capacidad política e industrial” ?, nos preguntamos. Y lo que es peor, ¿no tiene que ver esa “eterna lucha” que se derriben gobiernos industrialistas cada tanto, o sus políticas industrialistas, y se establezcan políticas de desindustrialización y arrasamiento del aparato productivo, impidiendo nuestro desarrollo?

 

Vuelve a preguntar Sarmiento: “¿Somos dueños de hacer otra cosa que lo que hacemos, ni más ni menos como Rosas no puede dejar de ser lo que es?”.

 

Si eso pensaba Sarmiento de Rosas, y también de Quiroga, del Dr. Francia y de Simón Bolívar, e incluso del Gral. San Martín -le respondemos con otras preguntas-, acaso ¿debemos dejar de ser lo que somos? De hacerlo, ¿no es ese un grave problema de personalidad e identidad individual y a la vez nacional?

 

“¿Hemos de abandonar un suelo de los más privilegiados de la América a las devastaciones de la barbarie? –insiste el escritor-. ¿Hemos de dejar, ilusorios y vanos, los sueños de desenvolvimiento, de poder y de gloria, con que nos han mecido desde la infancia, los pronósticos que con envidia nos dirigen los que en Europa estudian las necesidades de la humanidad?”.

 

Acaso nosotros, le respondemos, ¿debemos dar por sentado que somos bárbaros y abandonar nuestro suelo a las devastaciones de la civilización europea o de cualquier otro país que envidia nuestros recursos? ¿Debemos seguir aceptando los pronósticos, paradigmas y recetas de los que “estudian las necesidades de la humanidad” desde Europa, EE.UU. o desde sospechables organismos internacionales creados para defender los intereses de los países ya desarrollados y jamás los de los países marginados de la “historia” universal? ¿Debemos dejar de lado nuestros propios sueños y proyectos?

 

Después de la Europa, ¿hay otro mundo cristiano civilizable y desierto que la América? ¿Hay en la América muchos pueblos que estén, como el argentino, llamados, por lo pronto, a recibir la población europea que desborda como el líquido en un vaso?”, se pregunta aseverando el joven intelectual, ya colonizado, de solo 34 años.

 

Los desbordes de Europa, preguntamos nosotros, ¿eran o siguen siendo prioritarios respecto a nuestros desbordantes problemas no resueltos y a nuestras necesidades nacionales insatisfechas?

“¿No queréis, en fin -concluye Sarmiento-, que vayamos a invocar la ciencia y la industria en nuestro auxilio, a llamarlas con todas nuestras fuerzas, para que vengan a sentarse en medio de nosotros, libre la una de toda traba puesta al pensamiento, segura la otra de toda violencia y de toda coacción? ¡Oh! -exclama entregado- ¡Este porvenir no se renuncia así no más! No se renuncia porque un ejército de 20.000 hombres guarde la entrada de la patria: los soldados mueren en los combates, desertan o cambian de bandera”.

 

Dicho “porvenir” -hoy lo sabemos- nunca trajo ni la ciencia ni la industria extranjera en nuestro auxilio; tampoco permitió que tengamos ciencia ni industrias propias. Y cuando las tuvimos, nos las quitaron. Es más, una vez sentado “en medio de nosotros”, ese “porvenir” se atrevió a desconocer la cultura y el pensamiento nacional y pretendió dominarnos por la propaganda o por coacción para que renunciáramos a todo, incluso a la Defensa Nacional ¡Y con parte de nuestro territorio todavía ocupado por una potencia europea! ¡Y con planes de extender su ocupación al Mar Argentino, Tierra del Fuego y la Antártida!!!

 

¡Deberíamos resistir y oponernos a tanta entrega y barbarie… y no desertar tan fácilmente o cambiar de bandera!... como nos proponen los amigos de siempre de nuestros enemigos bicentenarios.

 

Elio Noé Salcedo

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