miércoles 11 de diciembre de 2024 - Edición Nº2198

Análisis | 10 may 2024

Lenin y el problema del nacionalismo


Por:
Roberto A. Ferrero
  1. Internacionalismo versus nacionalismo.

 

   En un país como el nuestro, tan necesitado de un movimiento nacional revolucionario después que la historia devoró como tal al peronismo, con cada generación surgen “teóricos” rudimentarios, desconocedores de la dialéctica y del marxismo (aunque ellos se crean “marxistas”) que impugnan el nacionalismo porque creen que así son más “internacionalistas” proletarios desconociendo que una y otra categoría son interdependientes si son bien entendidas.

 

  Así, en los años ’80, la Juventud del Partido Intransigente de Capital Federal -en gran parte compuesta de sobrevivientes del PRT- publicó un pequeño folleto en el que confiaba a dos intelectuales europeos -el británico Eric Hobsbwan y el español Fernando Savater- la dilucidación de qué cosa era el nacionalismo. Ambos lo rechazaron sin aclarar que se referían a Europa, por lo que sus afirmaciones podían ser tomadas -y lo fueron- como “universales” y aplicables por tanto también en el ancho mundo de la Periferia con resultados desastrosos: favorecer las ideologías pro-imperialistas, porque como se sabe, el que no apoya al nacionalismo defensivo de los países coloniales y dependientes apoya tácitamente en el nacionalismo agresor y rapaz de las grandes potencias opresoras.

 

  Años después, otros “teóricos” tan primitivos como los “intransigentes” del Dr. Oscar Alende, acudieron con el mismo propósito nada menos que a… ¡Lenin!, que fue justamente quien desarrolló las Tesis del marxismo en favor del nacionalismo revolucionario, desechando o corrigiendo algunas afirmaciones demasiado “proletarias” y antinacionalistas de sus maestros, Marx y Engels.

 

  1. Lenin y la Cuestión Nacional

 

   N. Lenin, por su pertenencia a un imperio multinacional como era Rusia a comienzos del Siglo XX se ocupó muchas veces -teórica y programáticamente- de la Cuestión Nacional. En esa tarea formuló las vigas maestras de su pensamiento sobre el tema: 1°- “¿Cuál es la idea más importante y fundamental de nuestras tesis? La distinción entre pueblos oprimidos y opresores” (2); 2|°-“La formación de Estados Nacionales es la tendencia de todo movimiento nacional. Un Estado nacional heterogéneo representa un paso atrás o una excepción” (3); 3°- “En la medida en que la burguesía de la nación oprimida lucha contra la nación opresora, en esta misma medida nosotros estamos, siempre y con más decisión que los demás, a favor de ella, porque somos los enemigos más tenaces y duros de toda opresión” (4); 4°-“Subordinamos a los intereses de la lucha proletaria nuestro apoyo a las demandas de Independencia nacional” (5). 

 

   Lenin defendió contra Rosa Luxemburg el derecho absoluto a la autodeterminación nacional de Polonia, ya que ella sostenía que la independencia era imposible en la época del imperialismo e innecesaria en la época del socialismo.  Se preguntaba y contestaba el líder bolchevique: “¿Somos los ilustrados proletarios gran-rusos insensibles al sentimiento de orgullo nacional? ¡De ningún modo! Amamos a nuestro idioma y a nuestra patria…Estamos llenos de orgullo nacional” (6) Comprendió siempre el carácter progresivo del nacionalismo de los países oprimidos y cuando fue gobierno en la Revolución de octubre de 1917 permitió que se separaran de Rusia varias naciones menores (Ucrania, Finlandia…). En cambio, en la patria de Rosa Luxemburg, habiendo desertado ella de sus tareas de rescatar, reconstituir e independizar a Polonia, esos objetivos quedaron a cargo del Partido Socialista Polaco de Iosef Pilzudski, quien luchó con todos los medios a su alcance, políticos y militares, para lograr la resurrección de su patria, abolida por el reparto de 1796 entre Austria, Alemania y Rusia. Rosa, aliada a la burocracia de la Socialdemocracia germana, logró que la II° Internacional le cortara el subsidio que le pasaba al PSP y lo acusó del terrible pecado de “nacionalismo”… del que Pilzudski se enorgullecía con razón.

 

  1. Internacionalismo y cultura nacional.

 

   Pareciera que este hombre -Lenin-  y estas ideas serían las entidades más inadecuadas para ir a buscar en ellas apoyo contra el nacionalismo.

 

   Y sin embargo, algunos ensayistas actuales -argentinos masoquistas- han tratado, como dijimos, de fundar su apoyo a la idea internacionalista y su rechazo al nacionalismo revolucionario acudiendo al viejo texto de Lenin “Notas sobre el problema nacional”. En este corto trabajo, que el líder bolchevique escribió en 1913, se condena efectivamente el “nacionalismo”, la “defensa de la cultura nacional” y la idea de la “autonomía nacional-cultural”. Sin embargo, al redactar este trabajo en polémica con el BUND judío y los socialnacionalistas de Ucrania como Lev Iurkievich, Lenin no trataba de acuñar fórmulas dogmáticas, atemporales y de aplicación universal, válidas para cualquier tiempo y país. Como asegurara en 1924 Georg Luckás en su apologético libro “Lenin”, el líder bolchevique “nunca expuso reglas generales que pudieran aplicarse a una serie de casos. Sus verdades surgen del análisis concreto de la situación concreta mediante la concepción dialéctica de la historia” (7). Tanto no escribía para la generalidad de las gentes, y menos para Latinoamérica, que en los 40 tomos de sus “Obras Completas” nuestro país aparece solo 6 veces, el Brasil cuatro veces igual que Méjico, y Chile una sola vez. Hay tres menciones nada más a América Latina, y en ningún caso referidas a la cuestión nacional (8).

 

El mismo Lenin lo dice al comienzo de su trabajo: “El presente artículo persigue un fin especial: examinar en conjunto estas vacilaciones de los marxistas y de los que dicen serlo, en cuanto a los puntos de nuestro programa que se refieren al problema nacional” (9). ¿Cuál es “nuestro programa”? El del entonces Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia” (POSDR). ¿Y contra qué “marxistas” se propone polemizar Lenin? ¿Con los de todo el mundo? ¿Con los de Europa o Latinoamérica? No: sólo con “los diversos socialdemócratas nacionales (es decir, no gran-rusos), que han llegado hasta constituir una violación del programa del partido”, como indica líneas antes. 

 

   Su artículo estaba acotado entonces al ámbito de su actuación política: Rusia y sus países sometidos. No pretendía pontificar sobre otros pueblos y naciones, ya que tenía un objetivo político bien concreto: preservar la unidad ideológica y práctica del conjunto del proletariado del Imperio Zarista. Como sabemos, el zarismo y la autocracia unificaban férreamente bajo su férula a una gran cantidad de naciones y etnias sometidas secularmente en aquella “cárcel de pueblos”, como se le llamó. La única fuerza capaz de enfrentarse con el zarismo y el nacionalismo gran-ruso hasta el fin era la clase obrera, cuya unidad -garantía de su poder social-  debía preservarse a toda costa. Con el mismo criterio, debía preservarse la unidad de su partido dirigente, la socialdemocracia rusa (luego Partido Comunista Bolchevique).

 

   Contra ese objetivo militaba el nacionalismo de la burguesía ucraniana, de la aristocracia polaca y del BUND judío (10), que históricamente habían encabezado los movimientos nacionales de cada uno de esos pueblos. Y ello era así porque la fuerza centrífuga y separatista de cada uno de estos grupos hegemónicos nacionales era centrípeta respecto al proletariado de cada una de esas nacionalidades: trataba de atraerlo a su órbita para fortalecer el movimiento nacional que dirigía tratando de alcanzar su independencia estadual como sociedad burguesa. Pero en esa medida fracturaba y entorpecía la unidad del proletariado del imperio, lo cual causaba la indignación de Lenin, con razón. Él y los bolcheviques reconocían el Derecho a la Separación de las nacionalidades alógenas oprimidas por la nación mayoritaria gran-rusa, pero simultáneamente trataban de evitar que el proletariado cayese bajo la influencia de las diversas burguesías u oligarquías nacionales separatistas. En ese contexto de controversia política, la “cultura nacional” se volvía -lo mismo que la “autonomía nacional-cultural”- un factor divisionista de la clase obrera imperial. Si se lee con detenimiento el artículo de Lenin, se ve que esto es así y que sus referencias son siempre al nacionalismo gran-ruso y a las distintas nacionalidades oprimidas del Imperio. No hay ninguna tentativa teórica de construir una panoplia de categorías para usar en cualquier país y en cualquier situación. Sus invocaciones a Suiza o Austria son siempre para usarlas como parámetros comparativos, como modelos a imitar o no imitar desde el punto de vista democrático, que no socialista, y no como sujetos sociales pasibles de recibir la aplicación del recetario leninista de categorías que eran sola y específicamente rusas. Hasta su último aliento conservó Lenin sus ideas sobre la Cuestión Nacional y el Nacionalismo. Así, ya enfermo, en defensa de los georgianos abusados por los dirigentes granrusos Orjonikidze, Stalin y Dzershinsky, el 31 de diciembre de 1922 dictó a su secretaria un artículo sobre el tema en el que decía: “es inútil formular de manera abstracta la cuestión de las nacionalidades. Es preciso distinguir entre el nacionalismo de una nación opresora, el nacionalismo de una gran nación, y el nacionalismo de una nación pequeña” (11).

 

   La concepción central del trabajo de Lenin -la tesis de que la cultura nacional y el nacionalismo son atentatorios a la unidad de la clase obrera y de su partido, en el Imperio Zarista- es totalmente inaplicable a América Latina, porque su Cuestión Nacional reviste un carácter exactamente opuesto al del Imperio Zarista: mientras que en éste (como también en el Imperio Otomano y el Austro-húngaro) dicha cuestión se nos presenta como el derecho de las naciones oprimidas del imperio a separarse y constituir un Estado nacional propio, en América Latina se nos presenta como el derecho de cada fracción  de la gran Nación Latinoamericana a unificarse con  las restantes para constituir un único Estado realmente nacional. En el primer caso, se trata de nacionalidades diferentes enmarcadas a la fuerza en un gran Estado opresor; en el segundo, de una sola nación fraccionada artificialmente en varios Estados sub-nacionales, por decir así. En esta situación histórica y geopolítica, siendo -más allá de los matices- una sola la cultura latinoamericana de base hispanocriolla y desarrollo sincrético, hoy compartimentada (como la misma clase obrera) en Estados artificiales, evidentemente la defensa de la “unidad de la cultura nacional” (latinoamericana, no argentina o colombiana u hondureña) por encima de las fronteras ficticias, reforzará la unidad de la clase trabajadora latinoamericana. Igual afirmación puede hacerse respecto al nacionalismo de liberación y la consecución de un gran Estado unificado (o de varios grandes Estados transicionales de reagrupamiento parcial). Estamos en presencia de una categoría que es “nacionalismo” si consideramos a América Latina como una nación y que es simultáneamente “internacionalismo” si, haciendo una concesión al lenguaje cotidiano, consideramos -claro que impropiamente- “naciones” a los jirones de la Patria Grande inconstituida.

 

  1. Un internacionalismo sólo regional.

 

   El internacionalismo de Lenin -más allá de declaraciones de apoyo a la distancia a los núcleos obreros en lucha en otros países o de las previsiones teóricas más generales que transmitió a Stalin para que éste las concretara en su único y famoso folleto sobre la Cuestión nacional tenía, como vimos arriba, un carácter práctico-regional. Vale decir: se interesaba principalmente en la unidad y solidaridad de los proletariados de las distintas naciones que componían el Imperio Zarista, porque apreciaba su naturaleza operativa inmediata. Fuera de las fronteras del gran imperio euro-asiático, sabido es que Lenin se vio obligado a dejar de lado las presiones y recomendaciones de la II Internacional para que se unificase con los mencheviques, justamente a nombre del internacionalismo, porque conceptuaba erróneas las ideas de Julius Martov et al acerca de la naturaleza de la revolución que vendría. 

 

  Luego del triunfo de octubre, la ola de entusiasmo que ella levantó en todo el mundo demostró que había pasado la ola nacional-patriotera de la Primera Guerra Mundial y que el internacionalismo se había hecho presente de manera vigorosa y auténtica. La instauración de las repúblicas soviéticas en Baviera y en Hungría también así lo certificaba. Lenin alcanzó entonces el punto más alto de su confianza en la solidaridad proletaria cuando enunció su firme esperanza de que la clase obrera alemana triunfara en su revolución y acudiera en auxilio del poder soviético. Eso no sucedió, aunque muestras de solidaridad obrera internacional muy significativas se dieron todavía: las negativas de los obreros portuarios de algunos países a embarcar armas para las tropas que luchaban contra la Unión Soviética, la resistencia coordinada de los trabajadores alemanes y franceses contra la ocupación del Ruhr por parte de Francia en 1923, la constitución del Comité Anglo-ruso de los sindicatos en 1925, etc. Luego, entrado el capitalismo europeo, precisamente en estos años, en una fase de relativa estabilización, esta solidaridad se retrajo y el apoyo a la URSS quedó confinado al seno de los partidos comunistas.

 

   De todas maneras, lo que interesa señalar es lo siguiente: ese vigoroso, aunque efímero sentimiento internacionalista quedó limitado a Europa occidental y central. La poderosa clase obrera norteamericana no se movió y la de América Latina era harto débil y poco numerosa. En los demás continentes, más atrasados, prácticamente no tenía importancia alguna. La asimetría del mercado mundial capitalista estaba siempre presente. 

 

    A medida que el capitalismo central se recuperaba, se iban perdiendo las pocas tradiciones de apoyo a los pueblos coloniales y semicoloniales que alguna vez pudo exhibir el proletariado europeo, como aquella muy digna actitud del Socialismo italiano que se opuso con huelgas y manifestaciones, en 1911, a la anexión de Libia (norte del Africa árabe), expulsando a Bonomi y Bissolati, que eran partidarios de esta política de opresión imperialista. Los trabajadores de Inglaterra, de Francia, de Alemania no seguían la máxima de Lenin que establecía que un verdadero internacionalista debía apoyar las exigencias de liberación de las colonias que su propia metrópolis sojuzgaban, conciliando así ambas categorías como las dos caras de una misma moneda revolucionaria.

 

    Para decirlo en pocas palabras: el internacionalismo “realmente existente” nunca fue más que europeo. Fue un “internacionalismo regional”. 

 

 

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