Análisis | 18 sep 2024
Dictadura o democracia y disolución nacional
Elio Noé Salcedo 🪶
Hace apenas unos días apareció en La Voz de Córdoba una nota de Gustavo Di Palma –“Democracias o dictaduras, esa es la cuestión”-, que puso en escena una vieja discusión. Esa discusión, a la luz de las presentes circunstancias, como cree el columnista de la nota y nosotros también, aunque desde otra perspectiva, vuelve a tener candente actualidad. Por eso este artículo.
La extensa nota -a dos páginas dentro de la sección Cultura- viene precedida por las derivaciones de las recientes elecciones en Venezuela (ese es su leitmotiv o motivador principal), en las que, según el articulista, que cita a Winston Churchill y Andrés Malamud como sus principales fuentes inspiradoras, se ven reflejados los peligros y carencias de la “democracia”, vistos desde una particular visión del mundo, de la política y de América Latina que nos proponemos analizar confrontando dicha situación y/o condición con lo que sucede en la Argentina.
Característica consuetudinaria de esa particular visión del mundo que recurre a la cita de políticos o intelectuales europeos (o residentes en el extranjero) para hablar de nuestra realidad, el artículo en cuestión nos introduce en el concepto de “democracia” nada más ni nada menos que de la mano del primer ministro inglés durante la segunda guerra entre las potencias imperiales, con una sorprendente definición: “La democracia es el sistema político en el que cuando alguien llama a tu puerta a las 6 de la mañana, se sabe que es el lechero”.
(Hago aquí un paréntesis para dejarle al lector retomar el aire y la calma después de semejante alumbramiento).
Tratando de contrastar la situación en ese país latinoamericano y de toda América Latina con la sorprendente y lechosa definición del caudillo colonial y/o imperialista, no está de más agregar en referencia a la continuidad de la política por otros medios, que las guerras, salvo que sean defensivas, de liberación o anticolonialistas, se hacen para imponer la nada democrática voluntad de los poderes hegemónicos -o que pretenden serlo o seguir siéndolo-, como bien lo sabían Churchill y sus colegas europeos y norteamericanos y que actualmente siguen practicando sus herederos políticos.
“En Venezuela la gente vota, el país tiene una Constitución y el Estado está dividido en tres poderes. Para algunos académicos, comentaristas y sectores políticos, se cumplen los tres requisitos básicos para considerar que el país bañado por las aguas del Caribe disfruta una democracia pletórica. Pero la sencilla noción de Churchill derribaría las argumentaciones más sofisticadas en defensa del estilo de ejercicio del poder ostentado por Hugo Chávez antes y por Nicolás Maduro ahora”, nos anticipa el autor de la nota.
Resulta que, en Venezuela, según describe el propio columnista, ahora es costumbre del gobierno varias veces elegido por el pueblo venezolano, ir a buscar a “los que se pasan de la raya” a la misma hora que en Inglaterra llega el lechero. Ni siquiera se detiene a pensar el autor de la nota que, en verdad, se trata de dos realidades muy distintas: la de una Nación realizada (para usar un término muy nuestro) y cuya realización data desde hace varios siglos (gracias, entre otras cosas, a la esclavitud de otras naciones, pueblos y personas), como es el caso de Gran Bretaña, por un lado, y la de una Nación inconclusa, la nuestra, cuya Patria chica y grande sigue sufriendo el embate de sus enemigos de afuera y de adentro -uno de ellos es el país de Churchill-, asociados en el intento de no dejarla realizarse, robarle sus recursos y seguir esclavizándola de la manera que sea.
Omitiendo la prepotencia y autoritarismo -e incluso el apoyo implícito o explícito a los golpes de Estado en toda la historia latinoamericana- con el que la potencia preferida del autor analizado ha invadido, explotado y esclavizado pueblos enteros, aunque aclara que “esas eran otras épocas, al menos en el mundo occidental”, al citar otro de sus autores favoritos, nos dice Di Palma que “hoy, a pesar de las preocupaciones sobre una recesión democrática global, hay menos golpes clásicos que nunca, tanto globalmente como en América Latina”, y, en cambio, como señala Malamud, “la democracia peligra no por la acción repentina de los perdedores de una elección, sino por la acción gradual de los vencedores, que maniobran para perpetuarse en el poder”, a través de “una progresiva transición de la democracia al autoritarismo mediante decisiones tomadas por sus gobernantes”. Triste coincidencia con la realidad argentina actual.
Ciertamente, como dice Malamud, “el mayor peligro es cuando los gobiernos tuercen las reglas, inclinan la cancha e intimidan violentamente a los opositores”, y así, “en general, la democracia prevalece, pero la convivencia queda dañada”. Cualquier parecido con la Argentina desde hace cierto tiempo atrás, es de purísima verdad. Y si no, veamos.
Los parámetros de la democracia… para ellos
Para Di Plama, que se respalda en el dirigente inglés y en el investigador principal del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa (politólogo argentino radicado en Portugal), “ante las evidentes dificultades para catalogar de manera unánime ciertos casos, con el de Venezuela como ejemplo emblemático de esas discrepancias, existen herramientas que ayudarían a resolver el dilema”.
¿Cuáles son esas herramientas milagrosas? No son otras para el autor comentado que “los índices Polity, Freedom House, Democracy Index (DI) o Varieties of Democracy (V-Dem), que utilizan distintos parámetros para medir la “calidad democrática” de cada país”. Y aporta mayores precisiones aún: “Tales parámetros son, entre otros, los procesos electorales y el grado de pluralismo, los niveles de participación política, la cultura política (aceptación de reglas de juego electorales y de los resultados de comicios), el respeto a los derechos civiles y humanos básicos, la calidad de funcionamiento de los gobiernos, la independencia de los poderes y la posibilidad de control del gobierno por parte del Congreso”.
No hay que estar muy lúcido para darse cuenta de que muchos de esos parámetros contrastan con la actual realidad política de la Argentina, donde el pluralismo y la propia participación política es desdeñada; la cultura política es considerada un defecto en vez de una virtud por el gobierno actualmente en el poder, elegido democráticamente; existe una flagrante falta de respeto a los derechos civiles y humanos, evidenciados por el ajuste económico a los sectores mayoritarios argentinos y una furiosa represión ante la protesta de los sectores afectados; la calidad de la gestión de gobierno y el uso tramposo o abusivo de los canales institucionales deja mucho que desear; el irrespeto y acoso permanente a los representantes del pueblo impide la independencia de poderes; y la imposibilidad de control del gobierno por parte del Congreso, ante los insistentes vetos, presiones e insultos del Ejecutivo, los recursos de amparo ante el Poder Judicial para evadir las responsabilidades gubernamentales y la compra de voluntades de los otros poderes para imponer la voluntad del Poder Ejecutivo, son moneda corriente o la única moneda de cambio.
Pues bien, “si se tienen en cuenta los modernos métodos para reducir a la democracia a la condición de solo una bella palabra”, como dice el autor que estamos considerando, sin ninguna duda, aun con la vigencia de una democracia formal (casi limitada en la Argentina a la vigencia de las urnas y de mecanismos tramposos como el ballotage), coincidimos con lo que exponen Steven Leviysky y Daniel Ziblatt en su libro “Cómo mueren las democracias” (2018) -autores y libro también citado por Di Palma- en cuanto que, “hoy esa tragedia no ocurre en forma abrupta sino a través de una lenta agonía, casi sin que las sociedades se den cuenta”, y que las “democracias” pro imperialistas o coloniales disimulan ignorar en los países que le son afines o serviles.
Ese concepto equivalente a “muerte lenta de la democracia” o “erosión democrática”, en nuestro caso ya lleva cuarenta años, después de varios gobiernos “democráticos” afines y serviles... sin que nadie se haya escandalizado por eso. Suponemos que, porque la democracia está por encima de todo, aún de la libertad y soberanía de los países y del bienestar de sus pueblos… (¿?)
Aunque es evidente que tanto Di Palma como Malamud pretenden referenciar sus dichos en la realidad venezolana y por extensión en la realidad cubana, nicaragüense y en cualquier país que intente una política independiente del poder hegemónico occidental de turno (más allá de sus características internas), sus conceptos descubren, sin quererlo, la realidad que se vive en países como la Argentina (donde no gobierna la “izquierda” sino la “derecha”, en todo caso), donde, aunque el gobierno se pueda catalogar de “democrático” tan solo porque llegó al poder a través de un proceso electoral legítimo, tampoco responde y ni siquiera respeta ninguno de los parámetros prescriptos por los organismos internacionales y/o globales que menciona Di Palma en defensa de la “democracia”… en verdadera decadencia global.
En ese mundo defendido por tales apologistas, no hay respeto al derecho civil y humano básico de la “autodeterminación de los pueblos” ni a la “independencia política” de los gobiernos respecto al poder político global dominante, ni a “la propia tiranía”, como designaba Simón Bolívar al derecho de un país o de una Nación a ser verdaderamente libre y soberano, con esa misma libertad que tienen los países poderosos -aunque no con esos objetivos obviamente-, para apoyar golpes de Estado en otros países que no son los propios, invadir otros Estados y territorios independientes o soberanos, realizar bloqueos económicos, determinar sanciones económicas o crear guerras para seguir dominando al mundo por la fuerza en todas partes.
¿Democracia o dictadura, o libertad de los pueblos para lograr su autonomía y realización nacional?
La contradicción principal en América Latina, como se nos quiere hacer creer y, de hecho, lo creen “liberales”, “libertarios” e incluso muchos “progresistas”, no es la oposición entre “democracias o dictaduras”, como tampoco lo ha sido nunca la contradicción de “civilización o barbarie” en los términos sarmientinos, sino entre ser o no ser (ya que nos gustan tanto las citas inglesas). Ya lo decía el mismo general San Martín: “seremos lo que debamos ser o no seremos nada”.
Es que la democracia fue el producto de la revolución burguesa en los países del próspero mundo europeo y norteamericano. La actual crisis y decadencia del sistema capitalista productivo y su reemplazo por un sistema financiero internacional concentrado e improductivo impide discurrir liviana y cómodamente sobre la democracia, aunque la fuerza de la costumbre y de los “saberes universales” pretendan seguir teniendo la vigencia que ya no tienen; eso, sencillamente, porque la realidad de nuestras vidas como Nación -en peligro de inanición o de inexistencia- se lo niega o debería negárselo.
En el Uruguay descripto por Luis Alberto Herrera -coincidían en decir Jauretche y Ramos-, “si las instituciones democráticas funcionaban bien, esto se explicaba por la prosperidad”. De alguna manera sucedió y sucedía en la Argentina próspera de las vacas hasta 1930. Pero las precariedades y escándalos de la “década infame” llevarían a la “revolución de 1943”, que luego se transformaría en la “revolución nacional” del ’45 y de toda una década, permitiendo que la Argentina se industrializara, tuviera la mejor remunerada clase trabajadora de América Latina y disfrutara de los derechos sociales y laborales más avanzados del mundo, siendo la envidia aun de los países más desarrollados del planeta.
En una frase que aparece en las redes sociales, atribuida a ese mismo Winston Churchill citado por Di Palma (frase cuya fuente y existencia ahora es negada por fuentes igualmente irreconocibles), el caudillo inglés habría dicho en alguna oportunidad: “No dejen que la Argentina se convierta en potencia. Arrastrará tras ella a toda América Latina… La estrategia es debilitar y corromper por dentro a la Argentina, destruir sus industrias, sus fuerzas armadas, fomentar divisiones internas apoyando a bandos de derecha e izquierda, atacar su cultura en todos los medios, imponer dirigentes políticos que respondan a nuestro Imperio… Esto se logrará gracias a la apatía de su pueblo y a una democracia controlable, donde sus representantes levantaran sus manos en masa en servil sumisión. Hay que humillar a la Argentina”.
Como se infiere de los hechos -más allá de la existencia de la frase en sí, que ahora se niega haya existido alguna vez-, lo cierto es que esa estrategia a la que esa frase alude, existió y fue puesta en ejecución a lo largo de toda nuestra historia. Causalmente, esa fue la política británica en el Río de la Plata y en toda Nuestra América (Invasiones inglesas, independencia del Uruguay, puerto único y socio comercial único, usurpación de nuestras Islas Malvinas, guerra genocida de la Triple Alianza contra el Paraguay en incipiente proceso de industrialización, Pacto Roca-Runciman, golpe de 1955 en la Argentina, entre otras bondades del Imperio). Y hoy ni siquiera tenemos una hipótesis de conflicto y una política nacional respecto al principal enemigo exterior que usurpa un pedazo de la Patria, ni para la recuperación de nuestro territorio y la defensa de nuestros cuantiosos, requeridos y codiciados recursos naturales de tierra, mar y aire.
Por el contrario, hoy la Argentina está lejos de ser una potencia; más que nunca, está separada y alejada de América Latina; altamente corrompida, está más débil que nunca, en un proceso vertiginoso de desindustrialización y de vaciamiento ideológico y material de sus fuerzas armadas, causada por la falta de una verdadera política de defensa y soberanía nacional irrestricta; las internas, la apatía del pueblo hacia la política fomentada por los medios y la cultura global dominante y la fragmentación política, ideológica y cultural del pueblo, conlleva la imposición de dirigentes políticos que responden más a los intereses extranjeros que a los intereses argentinos y latinoamericanos; y la inexistencia de un frente nacional único, mayoritario y poderoso, como resultó ser el peronismo durante más de medio siglo, nos impone una “democracia controlable”, donde sus representantes levantan la mano en “servil sumisión” a esos intereses y a los propios, actuando como una verdadera “casta”; mientras una mayoría de argentinos, por desconocimiento, ignorancia, confusión, impotencia, indiferencia u omisión -con mucha apatía hacia las causas nacionales, producto de su colonización cultural y pedagógica suministrada venenosamente durante muchas décadas- se avergüenza de sus glorias y de su pasado, sin atender las consecuencias a futuro de semejante apatía.
La Argentina está humillada y lo hemos permitido a través de los años, en el marco de una democracia realmente descastada y colonizada, que solo podremos reparar y establecer en su verdadero sentido y valores, si conseguimos volver a ser y a tener una Nación soberana en todos los campos, empezando por emancipar nuestra propia mente.
Elio Noé Salcedo