jueves 20 de junio de 2024 - Edición Nº2024

Soberanía | 6 dic 2023

Por Lic Carlos Alberto Almirón

👀 ¿Hacia una re-desmalvinizacion de la sociedad?


“Por los pibes de Malvinas que jamás olvidaré” rezaba el grito de la hinchada argentina antes, durante y después del último Mundial de Futbol de la FIFA. Y no es una frase al azar, tiene su enorme representación y significado dentro de una sociedad como la nuestra, tan afecta a asociar logros deportivos a gestas heroicas que van asociadas a lo político. Tiene una fuerte carga y connotación de una gesta que más de cuatro décadas después, sigue marcada en la sociedad argentina casi en su totalidad. Y también, volviendo a hacer una analogía con el deporte rey, marcada especialmente por resultado adverso de la contienda. Mi objetivo no es banalizar el conflicto del Atlántico Sur tal como lo hizo el actual presidente electo, sino mostrar como muchas veces una declamatoria que se siente dentro del inconsciente colectivo argentino, sigue estando presente, pero a su vez lamentablemente disociado de los hechos políticos.

 

Es muy probable que con la asunción del nuevo gobierno se abra una nueva etapa en una de las más importantes políticas de Estado que se ha llevado a cabo de manera ininterrumpida, con sus idas y vueltas, con sus vaivenes y contradicciones, antes, durante y después de la guerra: Malvinas pasará probablemente a ocupar un lugar de poca relevancia en la política exterior que se avecina luego del 10 de diciembre. O, en el peor de los casos, puede llegar a darse un escenario catastrófico en el cual el mando de nuestra nación decida renunciar al reclamo de soberanía sobre el archipiélago y sus espacios marítimos circundantes, como prueba de “buena voluntad” para su “inserción en el mundo”, considerando dicha frase un eufemismo para el alineamiento incondicional al eje Estados Unidos-Israel, que tanta desgracia y regueros de sangre esparce por el mundo.

 

No obstante, este segundo escenario es altamente improbable, pues se puede considerar que una gran parte de los que han votado al próximo gobierno no respalden una eventual decisión de no continuar con el reclamo por las vías diplomáticas correspondientes y porque considero que tratarán de mantener una cierta “corrección política” en temas que pueden ser mucho más sensibles para la sociedad argentina, mas allá de los avatares económicos que puedan surgir producto de las medidas que promete tomar el próximo mandatario. De todos modos, no es descabellado que este escenario expuesto pueda ser una realidad concreta.

 

Igualmente, en cualquiera de ellos, lo que surgirá seguramente por parte del ejecutivo y sus colaboradores será la necesidad de volver a la desmalvinizacion de la sociedad. No se busca aquí echarle la culpa al votante de a pie. Es menester decirlo, pero gran parte de la sociedad no ha elegido a Javier Milei porque piense que las Malvinas deben seguir usurpadas por Gran Bretaña, sino que lo han elegido debido a la situación económica actual particular de cada uno, y a veces escuchando irracionalmente los postulados esgrimidos por el primer mandatario electo, especialmente con el tema de eliminar a una “casta” que al final forma parte del futuro gabinete.

 

Y ahí surge el gran problema de nuestra ciudadanía: la escasez de atención prestada a las propuestas en materia de política exterior. Estamos en una sociedad tan pauperizada y carente de visión a largo plazo, que lamentablemente se ve reducida a atender los asuntos referidos a la economía familiar y el incremento de la pobreza, sumado a los numerosos medios de comunicación que hacen solamente hincapié en sumar mayor negatividad a una sociedad dividida y empobrecida. Malvinas es una causa que amalgama a los argentinos sin ningún tipo de distinción aparte, que salvo contadas excepciones, une más que dividir. Es preocupante que la futura canciller de nuestro país empiece a cuestionar uno de los principios básicos de nuestro reclamo: la existencia de derecho de autodeterminación de una población étnica y lingüísticamente vinculada a la metrópoli invasora (tal como por ejemplo el caso de Irlanda del Norte y la República de Irlanda, que ampliaremos más adelante). Y esto es solamente el principio, pues para que esto se pueda materializar en nuestra sociedad, se procederá a implementar una batería de ingeniera social destinada a socavar una de las causas más unificadoras del pueblo argentino.

 

El proceso de desmalvinizacion fue muy duro y similar al proceso de desnazificacion de Alemania. La sociedad no glorificó la guerra, y echó culpas sobre el contexto político existente. Es decir, no se pudo enaltecer bajo ningún concepto el esfuerzo que hayan hecho los soldados que participaron en las acciones sin ser tildado de reivindicar gobiernos totalitarios (tal como el caso del nazismo) y autoritarios (el caso argentino) sobre todo al haber perdido la guerra. De hecho, en este último, los soldados conscriptos que participaron del conflicto fueron ocultados tanto por las Fuerzas Armadas como por la sociedad en general y su reincorporación a la vida civil fue tumultuosa, y en numerosas ocasiones infructuosa, teniendo hasta la actualidad una gran tasa de suicidios entre nuestros veteranos de guerra.

 

La década del 90, marcada por el menemismo y la entrega del patrimonio nacional tampoco fue muy generosa con quienes arriesgaron la vida por la Patria, anteponiendo los intereses de ésta a costa de sus propias vidas. Si bien se lograron obtener pensiones de guerra para nuestros soldados, el alineamiento automático a los Estados Unidos, quienes tuvieron una participación clave como proveedores de armamento y el “paraguas de soberanía” del entonces canciller Di Tella no pueden ser considerados más que una rayana traición a la Patria. Y quienes padecimos las reformas educativas y fuimos a la escuela en esta década podemos dar testimonio del discurso desmalvinizador, empezando por los testimonios de los veteranos, un poco por bajada de línea, otro poco quizás por alguna convicción particular: la lástima, la pena. El soldado muerto de frio y de hambre, sin acciones heroicas, sin el recuerdo de sus hermanos de trinchera más para subrayar el sufrimiento en lugar de las acciones de combate que se llevaron a cabo.

 

En Relaciones Internacionales, la capacidad de influir de un actor político hacia otro sin necesidad del uso de la fuerza se denomina “poder blando”. Y al contrario de lo que se puede creer, es mucho más nocivo incluso que una intervención militar directa, porque la penetración cultural es tal que no deja resquicios para la existencia de una resistencia que pueda empujar afuera a un eventual enemigo. En el caso irlandés, hasta la década del 90, su constitución en sus primeros artículos reclamaba para si el territorio que compone Irlanda del Norte, región de la provincia histórica de Ulster, ocupada por británicos protestantes leales a la corona. A mediados de la misma, el pueblo irlandés decidió en un referéndum derogar esos artículos. Nuestra constitución en sus Disposiciones Transitorias también reclama para nuestra nación un territorio vinculado al país por argumentos históricos, jurídicos y geográficos. ¿Es posible que apelando a ese poder blando y los medios de comunicación, terminemos como pueblo avalando la renuncia formal al reclamo, haciendo una analogía con el caso irlandés?

 

Por último, muchos de nuestros compatriotas suelen quejarse de una “ausencia de patriotismo” o “amor a la patria” y esgrimen comparaciones con Estados Unidos por lo general. Ahora, podríamos hacer una comparación. Incluso una guerra muy polémica como lo fue Vietnam en su momento, hoy a sus veteranos se los recuerda y conmemora independientemente del contexto del sistema internacional en ese momento. Lo mismo para los veteranos de la Segunda Guerra Mundial e incluso, a quienes hoy pelean en Afganistán o Irak. ¿Acaso al estadounidense promedio les avergüenzan estos soldados? Lo mismo en la ex URSS. En casi todas las repúblicas que surgieron se sigue festejando el Día de la Victoria.

 

Estimado lector, le voy a proponer un ejercicio de espejo. Por un momento deje de ser argentino y pase a ser estadounidense o un ex soviético, ya sea ruso, ucraniano, kazajo o armenio… ¿qué pensaría usted si mañana Joe Biden o Vladimir Putin defenestrara el desempeño de las tropas de cada uno de sus respectivos países en un hecho históricamente tan relevante como la Segunda Guerra Mundial, e incluso peor siendo que lo dijera este último mandatario, siendo que la Unión Soviética perdió 27 millones de personas? Seguramente le herviría la sangre y quisiera la dimisión de ese mandatario. Entonces, si tanto le importa ser patriota y admira el patriotismo que existe en otros países hacia sus soldados veteranos de un conflicto armado, ¿Por qué le cuesta sentir lo mismo por Malvinas de forma incondicional? ¿Por qué ha decidido que los destinos de la nación los maneje una persona cuya política exterior socava lo que usted en teoría reivindica? No le voy a echar la culpa de nada, quédese tranquilo, estamos en democracia y su voto y opinión vale tanto como la mía. Pero por favor, la próxima vez trate de interiorizarse más en este asunto. Malvinas no solo se declaman, también es necesario actuar en coherencia con lo que se piensa.

 

Por

Carlos Alberto Almirón

Lic. en RRII por la UNLa y
Maestría en Estrategia y Geopolítica
de la Escuela Superior de Guerra

 

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