lunes 12 de mayo de 2025 - Edición Nº2350

Soberanía | 5 abr 2025

Malvinas: la nación frente a la historia

"El análisis histórico predominante comete un error fundamental: juzga la legitimidad de una causa nacional según quién la condujo y no por su naturaleza histórica"


Por:
Gustavo Matías Terzaga ✍️

Han pasado casi 45 años, ya. Y van a pasar otros 45. La Cuestión Malvinas no es un episodio aislado ni un accidente circunstancial de la dictadura genocida, sino el nervio más visible de la contradicción estructural de la Argentina moderna, que es su condición semicolonial y su lugar en el mundo. Y como toda contradicción profunda y reveladora, azuzada desde el norte, ha sido sistemáticamente negada, tergiversada y banalizada por las elites políticas, académicas, intelectuales y comunicacionales que, con distintos lenguajes, sirven, decididamente, a los intereses de la dependencia.

 

La recuperación de las islas en 1982 fue, objetivamente, un acto de soberanía. No por la calidad de quienes lo ejecutaron, sino por el contenido histórico que expresaba la interrupción, aunque fugaz, de un orden colonial aceptado por todos los gobiernos desde 1833. Que haya sido protagonizado por una dictadura no invalida el hecho en sí, por el contrario, nos muestra que incluso un régimen subordinado puede, por error, engaño o necesidad, tocar un nervio vivo de la nación, que sigue allí. Lo cierto es que el compromiso espontáneo de la mayoría de nuestras tropas, su devoción patriótica, su voluntad de combate y su capacidad de esfuerzo, tienden a ser escamoteados por una versión sacrificial de la gesta.                                            

                                                       

El análisis histórico predominante comete un error fundamental: juzga la legitimidad de una causa nacional según quién la condujo y no por su naturaleza histórica. Esa lógica lleva a afirmar que, como la guerra fue emprendida por una dictadura, entonces fue ilegítima. Y allí se encuadra todo su estrecho marco de referencia. Pero la historia no funciona así, las causas que representan una verdad nacional, como lo fue la recuperación de Malvinas, pueden trascender a los sujetos circunstanciales que las ejecutan. Paradójicamente, esa guerra fue la antítesis política del plan económico de la dictadura porque, mientras Martínez de Hoz nos ataba al capital financiero internacional extranjerizando toda nuestra economía con la Ley de Entidades Financieras, la guerra nos enfrentó al imperialismo occidental. Fue aquel, el único momento en que la dictadura se salió del libreto liberal-colonial que había seguido desde el 24 de marzo de 1976.

 

Y el pueblo lo entendió de inmediato sin necesidad de tantas teorías y prejuicios. El 30 de marzo de 1982, el pueblo y los trabajadores organizados salieron a las calles con Saúl Ubaldini de la CGT Brasil a la cabeza contra el Proceso, con la consigna PAN, PAZ y TRABAJO. Dos días después, los mismos sectores populares que habían sido violentamente reprimidos, se movilizaron para apoyar la acción de recuperación de Malvinas. Esa doble presencia en las plazas en tan poquito tiempo, no fue una contradicción, sino una inmediata lucidez de conciencia histórica, donde el pueblo diferenció con claridad entre el régimen y la causa, entre el gobierno de facto que secuestraba, torturaba, robaba, entregaba y desaparecía, y la cuestión nacional.

 

Pero la derrota militar fue aprovechada para instalar un nuevo dispositivo cultural, aún hoy vigente; la desmalvinización, que no se trató de un trauma colectivo espontáneo post guerra, sino de una estrategia de largo aliento que buscó separar a Malvinas del campo de lo histórico, de lo geográfico, de lo político y lo popular, confinándola a la patología militarista. La gesta fue reducida a "aventura", el combatiente a "víctima", y la soberanía a "locura". Esa operación ideológica, estratégica y multidimensional fue, y sigue siendo, dinamizada por los sectores progresistas, ONGs, medios de comunicación y actores académicos que comparten, de hecho, la agenda simbólica de la embajada británica.

 

Así como la continuidad de la Ley de Entidades Financieras demuestra que el orden impuesto por Martínez de Hoz sobrevive en democracia más allá de la caída del régimen dictatorial, también la demonización de Malvinas revela una falla sistémica en la narrativa democrática posterior, que abandonó la soberanía como eje vertebrador del destino nacional. Sin embargo, Malvinas, hoy, es la causa que mantiene vigente en las nuevas generaciones la idea de Patria, sinó, ya estaría sepultada ante el avance de la era de la post verdad.

 

El corazón del pueblo como refugio del sentimiento nacional. Mientras tanto, el pueblo preservó la memoria de Malvinas desde abajo en los clubes, las escuelas, los sindicatos, las canciones, los tatuajes, los adoratorios, las tribunas, los murales, las banderas, las calles, los barrios y las cooperativas. En Iruya, Salta, un pueblito colgado de la cordillera a miles de kilómetros de las zonas costeras, la única avenida lleva el nombre de Islas Malvinas. No es un gesto poético, es un acto de afirmación territorial, un lenguaje popular. Es la expresión de una voluntad nacional que no encuentra vehículo político aún, pero que persiste como latencia histórica.

 

Hoy, con un gobierno abiertamente entreguista, que desmantela el sistema de defensa, legaliza la depredación pesquera extranjera y guarda silencio que consolida políticamente a la ocupación británica ilegal, la Cuestión Malvinas vuelve a mostrar su centralidad. No como nostalgia, sino como eje inspirador para poner de pie un proyecto político bien nacional.

 

La batalla por Malvinas es inseparable de la reconstrucción del Estado empresario nacional. Implica una diplomacia soberana, una política de defensa real, una estrategia de desarrollo independiente y una pedagogía nacional. No se trata de repetir consignas, sino de formular un programa de acción. Implica, decimos, una estrategia integral de recuperación de la soberanía, orientada tanto al plano diplomático como al geopolítico, económico, cultural y estratégico.

 

El progresismo liberal no tiene nada que decir frente a esto. Encerrado en sus debates morales y su miedo a todo lo que huela a patria, sigue preso de un prejuicio antimilitarista que lo vuelve funcional al coloniaje. Por eso, ante Malvinas, tartamudea. El peronismo, si quiere sobrevivir como fuerza histórica, debe recuperar el nervio malvinizador desde una perspectiva popular, antiimperialista y latinoamericana. Debe impulsar el reclamo de soberanía sobre Malvinas en todos los foros multilaterales: ONU, OEA, CELAC, Mercosur, ALBA, Unión Africana, ingresar a los BRICS, etc. Consolidar alianzas estratégicas con países que reconozcan la soberanía argentina y contrapesen el alineamiento con EEUU y Gran Bretaña. Debe invertir decididamente en el reequipamiento de la Prefectura Naval y la Armada, con especial foco en el control efectivo de la Zona Económica Exclusiva. Clavar unos cuantos aviones de guerra a la altura continental de Malvinas. Recuperar la capacidad de patrullaje y control pesquero, con incorporación de tecnología nacional (INVAP, Tandanor, Astillero Río Santiago). Derogar o vetar cualquier intento de extranjerización de la pesca, del transporte marítimo y de los recursos del lecho marino argentino. Prohibir operaciones conjuntas con buques con licencias ilegales británicas en Malvinas, recuperar la caja del mar y alentar nuestra conciencia marítima, tan dejada atrás por la conciencia agroexportadora impuesta por la cultura mitrista. Restituir el programa de Malvinización en todos los niveles del sistema educativo, promoviendo una visión soberana, latinoamericanista y descolonizadora. Impulsar políticas de memoria activa con participación de veteranos y familiares de caídos, desde una perspectiva de gesta nacional. Incentivar la producción cultural, cinematográfica, literaria y académica sobre Malvinas desde una mirada nacional, sin reduccionismos victimistas ni moralizantes. Impulsar un plan de desarrollo integral de Tierra del Fuego como provincia estratégica, con incentivo a la industria, el turismo, la energía y el comercio. Fortalecer los puertos del sur argentino para competir con la infraestructura británica en Malvinas, fortalecer la conectividad bicontinental, crear rutas del Atlántico a la cordillera, dialogar con los hermanos chilenos. Crear un “Instituto Nacional del Atlántico Sur” dedicado a planificar, investigar y coordinar acciones sobre la región como eje soberano del siglo XXI. Constituir un Pacto de Soberanía Nacional que comprometa a todas las fuerzas democráticas a no ceder ante el Reino Unido ni permitir avances sobre nuestros recursos. Fomentar la conciencia soberana en sindicatos, universidades, fuerzas armadas, cooperativas, escuelas y organizaciones populares.

 

En resumen, ¡Y miren si no hay tarea!, un gobierno nacional debe hacer de Malvinas un programa, y del Atlántico Sur una bandera transversal, integradora y estructurante de la nación.


Como vemos, Malvinas no es un fetiche ni un trauma, es una interpelación permanente a la Argentina real con futuro Es la pregunta que la historia nos sigue haciendo: ¿estamos dispuestos a ser una nación soberana? El que no entiende esto, no entiende el siglo XXI. Y lo que es peor, no entiende al pueblo argentino.

 

 

OPINÁ, DEJÁ TU COMENTARIO:
RELACIONADAS
MÁS NOTICIAS