jueves 20 de marzo de 2025 - Edición Nº2297

Soberanía | 7 feb 2025

Reflexiones sobre la guerra


Por:
Elio Noé Salcedo 🪶

No hay duda de que, como decía Carl von Clausewitz, tanto a nivel internacional como dentro del marco de cada país, “la política -y dentro de ella la economía y la cultura- es la continuación de la guerra por otros medios”. En ese sentido, no hay duda de que la tan mentada “batalla cultural”, a nivel global o nacional, forma una parte del todo en la construcción -o destrucción- de una sociedad determinada, a través de ideas, teorías, doctrinas, posturas políticas e ideológicas, categorizaciones, caracterizaciones, consignas, slogans, etc, traducidas antes o después en decisiones políticas, económicas y sociales. No dicen ni quieren decir lo mismo; no expresan una misma comprensión y visión de la realidad (ni los mismos intereses políticos y sociales) consignas como “fascismo o democracia” o “democracia o dictadura”, que “Patria o colonia” o “Imperialismo o Nación”, por lo que para esa batalla integral tanto a nivel internacional como local -compleja como la realidad misma-, hace falta una profunda conciencia política que la oriente, como la conducción que la lleve a la victoria, con el protagonismo de todo el pueblo argentino.

 

Si es cierto que existen distintos tipos de guerras: colonialista, anti colonialista o de emancipación; imperialistas, inter imperialistas, revolucionarias, anti imperialista o de Liberación Nacional, etc., de alguna manera esas derivaciones de la política de los países y de las clases sociales se deben en general a “la defensa de un interés nacional” en unos casos o del interés de ciertas clases o sectores sociales en particular en otros. Los que se enfrentan son los intereses concretos de uno y otro lado. De allí la vigencia y actualidad de la “guerra” tanto en su versión política, económica, social y cultural como en su versión militar o “la política por otros medios”.

 

Sin duda, tanto a nivel internacional como a nivel local, estamos en etapas de definiciones en esa guerra permanente, que tanto para San Martín como para Facundo Quiroga había una sola salida: “el triunfo de un bando sobre el otro”. A esta altura de los acontecimientos, no queda lugar para la angosta e inconducente avenida del medio. Por eso la aceleración a fondo del gobierno, que quiere llevarse por delante la historia, el país y al pueblo mismo de la Patria.

 

La Argentina -de la que los combatientes y Veteranos de la Guerra de Malvinas son su vanguardia-, no solo sigue en guerra contra los que usurpan su Mar y su territorio en el Atlántico Sur, sino contra los admiradores de Margaret Tatcher y el poder anglosajón que lo usurpa y que vienen desplegando su programa político con el supuesto aval electoral a su demencial propuesta. Desconocer qué hay detrás de esta realidad que vivimos, tal vez sea la razón de por qué estamos donde estamos: demasiados preocupados y ocupados en particular en la “batalla ideológica”, mientras nos roban el país y el futuro. Sin duda que son cuestiones complementarias, pero está bueno advertir que la política tiene prioridades -junto con la urgencia de una conciencia y una conducción nacional- de una política de recuperación de los espacios perdidos y en definitiva de recuperación y reparación nacional, pues, como ya hemos comprobado tras la amarga derrota de 2023, que a nivel país como global, “no todos los caminos conducen a Roma”.

 

Si es verdad que transitamos la tercera guerra mundial, como incluso lo ha admitido el propio Papa Francisco, no debemos olvidar que ese mundo en guerra se divide en países dominantes y países dominados (término utilizado por el propio Perón), y si bien hay una nueva guerra por la hegemonía mundial, por nuestra parte, transitamos la guerra de emancipación de los poderes dominantes y hegemónicos en Occidente, que pretenden atarnos al yugo de su carro colonial. El correlato de esa guerra global se produce al interior de nuestros países entre los aliados nativos del imperialismo de turno y las fuerzas nacionales que luchan todavía por su definitiva emancipación económica, social y cultural.

 

De hecho, nuestra guerra de independencia y unidad, tal cual la planteaban nuestros Libertadores, no ha concluido. De allí que seamos todavía países semicoloniales (con independencia política, pero sin independencia económica y cultural) y a la vez una Nación inconclusa -a mitad de camino de su realización-, que lucha todavía por realizarse, mientras al frente tenemos -sin el menor espíritu patriótico- a las fuerzas que quieren destruir esa posibilidad y entregar nuestro presente y nuestro futuro al imperio de turno.

 

Los objetivos de aquella guerra nacional y continental del siglo XIX siguen pendientes, y todo lo que nos pasa -debilidad e impotencia mediante- se relaciona con ese destino latinoamericano trunco que cargamos sobre nuestras espaldas, sin definirlo de una vez por todas (como decían San Martín y Facundo), mientras el mundo dirime a su vez -tratando de arrastrarnos a su nuevo holocausto- la primacía de unos sobre otros en forma desigual y unilateral, o la existencia y construcción de un mundo igualitario y multipolar.

 

La guerra civil argentina tanto en el siglo XIX (Buenos Aires vs. Interior, guerra de la Triple Alianza, etc.) como en el siglo XX (golpes de 1930, 1955 y 1976 y gobiernos neoliberales posteriores contra gobiernos nacionales) y continúa, son un claro ejemplo de ello.

 

Tal vez, una enseñanza nítida de la interrelación entre esas coordenadas en la que se dirime nuestra historia y la historia del mundo a la vez, la brinda con mayor claridad y horror en el siglo XIX la guerra de la Triple Alianza contra el pueblo hermano del Paraguay.

  

A propósito, nos dice Jorge Abelardo Ramos en “Historia Política del Ejército Argentino. De la Logia Lautaro a la industria pesada”: “Solamente la oligarquía porteña podía considerar a Paraguay una nación extranjera, esa misma oligarquía desinteresada del destino de las provincias altoperuanas (hoy Bolivia), y que impuso la creación de una nueva “nación” en la Banda Oriental (Uruguay). Pero para las masas populares argentinas, vinculadas a la provincia paraguaya desde los orígenes más remotos de nuestra historia, la guerra contra los hermanos de Asunción constituyó un crimen imborrable”.

 

¿Qué nos puede extrañar del desinterés por el MERCOSUR o el rechazo a las buenas relaciones con los países hermanos de América Latina del actual representante de esa misma oligarquía? 

 

La guerra a dos puntas

 

La Guerra intestina de la Triple Alianza, respondiendo a teorías e intereses extra nacionales, fue una guerra brutal, fratricida y genocida: tres Estados latinoamericanos se aliaron para atacar y destruir al Paraguay. El sentido de esa guerra nos puede aclarar de qué se trata cuando hablamos de una guerra nacional y qué es lo que se viene jugando en cada momento de nuestra historia en esta “guerra inconclusa” que sobrellevamos desde hace doscientos años a la fecha.

 

De tal manera se interrelacionan la geopolítica y la política nacional, los intereses extranjeros y el interés de sus socios locales que, como señala Luis Alberto Murray en “Pro y contra de Alberdi” (Editorial Coyoacán, 1960), “al desnudar en toda su trágica vergüenza la guerra del Paraguay” en “El crimen de la guerra”, el intelectual tucumano “exponía a una luz quirúrgica por lo cruda, la crisis argentina”.

 

Hasta tal punto, agrega Murray, “uno y otro asunto se explican recíprocamente, son casi uno solo, y también allí aparece -cuando no- la mil veces maldecida aduana porteña”. Por algo el general Perón solía decir que “la verdadera política es la política internacional”, en tanto la política interior responde a la visión global (interna y externa) que tenemos desde el propio punto de vista e interés nacional.

 

Lógicamente, a la guerra contra el Paraguay no la conducía ni orientaba una razón “argentina”, sino que estaba directamente relacionada con los intereses del Imperio Británico en el Plata en su propósito e interés de dividirnos y nos dejarnos ser una Nación industrial y soberana, propósitos e intereses (que tienen vigencia actual) con los cuales actuaban al unísono las tres repúblicas americanas en aquel momento -Argentina, Brasil y Uruguay-, presididas por gobernantes que confesaban su credo librecambista, anti nacional, anti latinoamericano y particularmente pro inglés. Cualquier parecido con la realidad actual no es pura coincidencia, pues esa historia se repite y se repetirá una y otra vez, hasta que podamos derrotar definitivamente al enemigo interno, socio y aliado del enemigo exterior.

 

En ese libro de 1959 ya citado, Ramos lo resume de la siguiente manera: “La lucha por la frontera interior, se revela en una semi-colonia, de capital importancia. No se trata de expulsar de nuestro territorio a tropas extranjeras como en Argelia (a las tropas francesas); en una semi-colonia la independencia formal es respetada. Pero existen lazos más poderosos y sutiles: el enfeudamiento financiero, económico, político, cultural (pérdida de soberanía y de capacidad de decisión nacional), el control del comercio exterior, el estrangulamiento de la industria, la sumisión de los grandes diarios, la desnacionalización de la Universidad, la “iniciativa privada” (ya lo tratamos en el artículo anterior), la campaña interesada contra la “estatización”. El desarme ideológico del Ejército argentino en tales puntos constituye algo mucho más peligroso que su desarme físico. Tal es el nudo de la cuestión”.

 

Como se ve el racismo, la homofobia y la misoginia son apenas una parte de los problemas de fondo que nos aquejan, en tanto los derechos democráticos solo pueden mantenerse y expandirse en una Nación realizada integralmente desde sus raíces y desde sus bases estructurales. Solo hay que poner el caballo delante del carro.

 

Las razones de la guerra

 

En cuanto a la guerra contra el Paraguay, comencemos diciendo que el objeto confesado era “liberar a los paraguayos del tirano Francisco Solano López”, aunque se rechazara hasta su proposición de alejamiento, y muerto López, los aliados permanecieran ocupando el Paraguay cuatro años más, lo que revelaba que aquella, más que una “guerra de liberación” era lisa y llanamente una “invasión” (convertida en arrasamiento) de tres Estados a otro. Mitre sabía de eso, porque lo había practicado en las provincias argentinas.

 

Resulta ser una ley histórica, cumplida a rajatabla por los enemigos del pueblo argentino y latinoamericano, que detrás del “objeto confesado” esté escondido el verdadero “objeto perseguido”, lo que demuestra una vez más la falta y necesidad de una profunda conciencia política para luchar y vencer a nuestros enemigos internos y exteriores, conciencia política nacional que se ha ido progresivamente perdiendo sin solución de continuidad desde la muerte del general a Perón.

 

La propaganda bélica decía también que el Paraguay era una región atrasada y bárbara, “con un gobierno que hacía gemir (o no dejaba ni gemir) a los ciudadanos”. Cierto es que el mariscal López le había declarado la guerra al gobierno anti nacional y anti popular del general Mitre, y una vez declarada formalmente la guerra (cosa que la historiografía oficial también niega), tropas de López tomaron un par de barcos argentinos. “¡He aquí -advierte Murray- el casus belli!” de 1865.

 

Pero no era suficiente para la mayoría de los habitantes de la Argentina, que en muchos casos habían tomado las armas para defenderse contra el propio gobierno argentino de entonces, entreguista y arrasador de las industrias y de los pueblos del interior argentino, por lo que la guerra contra el Paraguay era rechazada de muchas maneras en todo el país por civiles y militares argentinos y de Nuestra América. Por reacción contra esa sangrienta y arbitraria guerra surgiría otro Ejército, como señalan Jorge Abelardo Ramos y Arturo Jauretche en “Historia Política del Ejército Argentino” y “Política y Ejército” respectivamente. Se trataba de otra cosa. Paraguay resultaba un mal ejemplo para los demás países del continente, y los ingleses no estaban dispuestos a soportar su competencia, ni los aliados la introducción de semejante virus hacia adentro de sus fronteras. ¿Cuál era aquel tremendo mal?

 

El mal contagioso

 

Bajo los gobiernos “bárbaros” de Carlos Antonio y Francisco Solano López -nos cuenta Murray-, el Paraguay erigió en 1859 el primer ferrocarril de Sudamérica entre Asunción y Villa Rica.

 

Otro signo de “atraso” había sido la instalación de 300 kilómetros de telégrafo entre Asunción y Paso de la Patria, también inicial en esta parte del continente.

 

Otros signos del “salvajismo” paraguayo eran los astilleros, la marina mercante propia (once vapores), las fábricas de papel, las de jabón, y sobre todo, los semialtos hornos procedentes de Prusia.

 

A diferencia de la mayoría de las repúblicas sudamericanas, y sobre todo de sus vecinas, señala Murray, “el Paraguay -¡imperdonable primitivismo!- no tenía deuda externa”. En Paraguay, “la tierra era en su mayor parte propiedad fiscal (el Estado poseía grandes estancias “modelos” para su época) y el país no había necesitado enajenar o hipotecar su suelo, como lo hizo Rivadavia con la entera provincia de Buenos Aires para tranquilizar a los filantrópicos hermanos Baring”·

 

Tampoco importaba artículos alimenticios, mientras Buenos Aires, por ejemplo, en aquellos años, y aún mucho después, recibía la harina de trigo de los Estados Unidos. Por su parte, el algodón, la exportación de yerba (exclusividad paraguaya por entonces) y el tabaco le brindaban al Paraguay una importante renta nacional.

 

Desde Carlos López –“extraordinario estadista”- se había fomentado grandemente la ganadería, “otra picardía de tiranos, que luego de la guerra desapareció casi por completo”. En su tiempo, don Carlos Antonio López “solía efectuar repartos muy considerables de tierras y útiles de labranza, además de sembrar escuelas al voleo”. Así también, el índice de alfabetización “era muy aceptable y desde luego superior a Brasil, reducido a una “civilización” costera y al remedo ridículo del ya más que decadente Portugal”.

 

Los civilizados libertadores solo le dejaron a Paraguay mate, mandioca y naranja, aparte de una fabulosa deuda de guerra, y una población totalmente diezmada: de 1.337.439 habitantes en 1857, después de la guerra quedaron 140.000 varones entre ancianos y niños de corta edad y 180.000 mujeres, o sea una cuarta parte de su población anterior.

 

El Paraguay había sucumbido, pero al menos -como resalta Murray en “Pro y contra de Alberdi”, citando a Emilio Alvear, “cada disparo de cañón o fusil que resuena en los montes marcando su agonía es de pólvora de cañón y armas paraguayas”. En cambio, en tiempos de Mitre era “extranjera el arma que nos mata, la que nos defiende, y hasta el arma con que vencemos”.

 

No podremos ganar esa guerra nacional que continúa, sin contar con armas propias (políticas, sociales, intelectuales y militares) y sin el acompañamiento de toda América Latina y el Caribe. Ese es el desafío que nos convoca y que estamos impelidos a asumir en todas sus consecuencias para recuperar y reconstruir la Patria.

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